Jean d’Aillon es famoso en Francia por la serie de Louis Fronsac, ambientada en los reinados de Luis XIII y Luis XIV, de la que hasta la fecha lleva escritas 19 novelas.
La primera en orden cronológico (quinta en orden de publicación) es “Los herretes de la reina”.
Louis Fronsac es notario en el Châtelet de París y gracias a sus excepcionales dotes como investigador será requerido por el cardenal Richelieu y posteriormente por el cardenal Mazarino para desbaratar varias conspiraciones.
En ellas, siempre estará ayudado por el policía Gaston de Tilly, fiel amigo de la infancia.
Y es precisamente ese período en el que se conocen Louis y Gaston el que aborda “Los herretes de la reina”.
En la novela Louis tiene 12 años y conoce a Gaston en el colegio jesuita de Clermont, en París.
Estamos en 1624, año en el que se están negociando las condiciones del matrimonio entre el Príncipe de Gales y Henriette, la hermana de Luis XIII.
El colegio en el que estudian Louis y Gaston es extremadamente estricto, los castigos llegan hasta los azotes y sólo se puede hablar en latín.
Por causalidad, Louis escucha una conversación y descubre un misterioso complot que afecta a la reina Ana de Austria.
El plan es que Carlisle, embajador inglés, regale unos broches con piedras falsas al duque de Buckingham para que se los regale a su vez a la reina de Francia, a quien el embajador español humillaría con el único fin de romper la alianza franco-inglesa.
El colegio de Louis y Gaston está dirigido por jesuitas hostiles a la alianza inglesa y la conspiración tiene como objetivo arruinar la confianza entre Francia e Inglaterra llevándose por el medio el honor de la reina.
Los niños deciden actuar e intentan avisar a Ana de Austria, algo que se antoja casi imposible.
Visitarán tugurios inmundos y vivirán mil peligros, pues están obsesionados con salvar a la reina.
Al final, no les queda otro remedio que avisar a Antonio de Borbón, el conde de Moret, que estudia con ellos en el mismo colegio.
Huelga decir que los herretes de la reina son aquellos famosos herretes que llevaron a D’Artagnan y los mosqueteros a todo tipo de aventuras.
Jean d’Aillon no es, ni por asomo, Dumas, pero la novela resulta muy entretenida, amena, didáctica e intrigante.
Se echa de menos, eso sí, que salga más mi admirada Ana de Austria.
Aun así, parece obligado leer algún otro libro más de la saga del notario Louis Fronsac.