Hace un millón de años leí “Las aventuras del capitán Alatriste”, primera entrega de la saga. Fue mi primer y único, hasta la fecha, acercamiento al universo Alatriste. Cuando supe que Diego Alatriste visitaba París y se encontraba con mis admirados mosqueteros, no me lo pensé ni un momento. ‘Misión en París’, la octava entrega de la serie de Pérez-Reverte, cumple su promesa de entretener, lo cual no es poco, aunque a algunos críticos con pretensiones de trascendencia les parezca algo nimio e insustancial. Por lo que a mí respecta, existía un atractivo mucho más importante para acercarme a esta novela y era el de reencontrarme con mis admirados mosqueteros y, por supuesto, con mi querida Ana de Austria. Por supuesto que me habría gustado que el protagonismo de los mosqueteros fuera mayor, pero de todas formas se agradece (y mucho) el homenaje explícito a los personajes inmortales de Dumas. Respecto a Ana de Austria, tan sólo en un capítulo aparece la reina vallisoletana, en una visita de Quevedo e Iñigo Balboa al palacio del Louvre. Hay que decir que Pérez Reverte ofrece un retrato de Ana de Austria muy amable, resaltando su belleza y el abandono y acoso al que la tenían sometida en la corte francesa. Pero, nada más. En fin, volviendo a la trama principal de la novela, y tras diversos avatares en París, incluidos un duelo entre Athos y Alatriste y el reencuentro de Íñigo Balboa con Angélica de Alquézar, los protagonistas se desplazan a La Rochela, enclave estratégico en el que los hugonotes, respaldados por los ingleses, resisten al cardenal Richelieu, y donde Alatriste y sus compañeros deberán completar una misión secreta y muy peligrosa urdida por el conde-duque de Olivares. Con “Misión en París” (título algo inexacto, visto lo visto), Arturo Pérez-Reverte firma una fantástica novela de aventuras, un folletín trepidante, un gran relato de capa y espada flordelisado con vibrantes duelos, intrigas cortesanas y peligrosas emboscadas. A destacar la precisión de los escenarios, el ritmo vertiginoso y el dominio lingüístico del autor. Pero, sobre todo, el hecho de convertirse en heredero directo del folletín y de la tradición de la gran novela de aventuras, “Misión en París” se lee con avidez, con entusiasmo, con ganas de saber lo que va a pasar y con la emoción que acostumbran a regalarte este tipo de novelas. Nada más (y nada menos) que eso.