Publicado en El Norte de Castilla el 12 de octubre de 2025
Ahora que caminamos, astrológicamente hablando, por Libra, uno recuerda lo que escribió Enrique Jardiel Poncela al respecto de otros personajes nacidos, al igual que él, bajo ese signo, y cómo le horrorizaba acabar siendo carne de manicomio como Nietzsche, o morir solo, con reuma y gota, como Quevedo o, en fin, haciéndose monja como Santa Teresa. “Lo vulgar es el ronquido. La humanidad ronca, pero el artista está en la obligación de hacerla soñar o no es artista”, escribió Jardiel, y muy pocos como él nos han hecho soñar de una forma tan gozosa. Hablamos de uno de los más grandes iconos de la literatura española del XX, un escritor ingeniosísimo, adelantado a su época, absurdo, surrealista, único, transgresor, revolucionario e increíblemente divertido. Un pequeño gran hombre (160 cm. de genialidad) que, impulsado por la Cafiaspirina, su musa blanca, menudita y redonda, fue capaz de escribir en sus cincuenta años de vida más de ochenta obras de teatro, cientos de cuentos, artículos, guiones cinematográficos, ensayos y, a mayores, cuatro novelas memorables: “Amor se escribe sin hache”, “Espérame en Siberia, vida mía”, “Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?” y “La tournée de Dios”. Las tres primeras conforman su trilogía sobre el donjuanismo (al igual que hizo Cervantes con las novelas de caballería, él quiso ridiculizar las novelas sentimentales y eróticas tan en boga en su tiempo). En la cuarta, una obra maestra absoluta, nos regala unas magistrales reflexiones filosófico/teológicas que esconden un oscuro y pesimista mensaje de amargura y desesperanza. Y es que sólo Jardiel podía escribir una novela en la que Dios viniese a la tierra (eligiendo como lugar de aterrizaje el cerro de los Ángeles, en Getafe) y, tras una corta estancia y cabrear a todo el mundo, marcharse solo. Cuatro novelas disparatadas, brillantes, divertidas, vanguardistas, heterodoxas y atravesadas por un ingenio descomunal, presentadas todas ellas con juegos tipográficos, cambios de tipos y tamaños de letra, presencia de dibujos, carteles, saltos argumentales, notas al pie, juegos metaliterarios y todo tipo de experimentalismos novelescos. A algunos no nos parece exagerado decir que este póker de novelas es uno de los grandes monumentos de toda la historia de la literatura. A pesar de haberle relegado a la categoría de literatura humorística, en su obra subyace siempre un trasfondo filosófico y una visión pesimista del mundo. Le ha perseguido siempre su presunta misoginia (“ya no existen virtuosas ni entre las violinistas”), aunque él proclamaba que las mujeres eran insustituibles. Y lo justificaba a su manera: a un hombre se le puede cambiar por un orangután amaestrado mientras que a las mujeres no, pues un orangután con medias de seda no merecería otra cosa que el fusilamiento. Sus obras rezuman una curiosa mezcla de misoginia y devoción por el género femenino. De hecho, están protagonizadas por mujeres libres, independientes, apasionadas, sexualmente activas. En el fondo, el desprecio de Jardiel va dirigido más hacia la humanidad que tanto le decepcionaba. No así Bobby, un perro callejero que iba con él a todos los lados y que, cuando murió el autor, no se separó del féretro, para morir quince días después de pena. “Para encontrar gusto a la vida, no hay nada como morirse”: algunos dicen que Jardiel se dejó morir porque se negaba a ponerse penicilina ya que odiaba a los ingleses y la penicilina la había inventado un inglés. En realidad, murió de pena y de rabia por la incomprensión, la envidia y el ostracismo al que le sometieron. Nadie entendió su desesperanzada visión del mundo, no lejana de la estética del absurdo, ni sus innovaciones, ni su espíritu rompedor y crítico. Sufrió censura y acoso. Para los republicanos era un fascista, para el bando nacional un rojo. Felizmente, casi 75 años después de su muerte, sus comedias se siguen representando y sus cuatro novelas no dejan de reeditarse. “Hay dos maneras de conseguir la felicidad, una hacerse el idiota; otra serlo”, dijo en cierta ocasión. Hay, sin embargo, una tercera mucho más estimulante, y es leer el póker Jardiel.