“La vigilancia y la lucidez son los senderos de la inmortalidad. Los que vigilan no mueren –Akiosaha cogió una cereza, la saboreó con morosa delectación y me miró como si perdonase todos mis pecados. Cada vez parecía más delgado, el pelo más blanco, la barba más larga, las cejas más espesas. Vestía, como siempre, de blanco y negro, haciendo juego con el color de sus ojos y el de su barba que le llegaba a la cintura-. La noche intranquila es fruto de los malos pensamientos. Siempre te digo, Adam, que somos lo que pensamos. Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado”.
El murciélago y el infierno (pág.9), amazon.es