Publicado en El Norte de Castilla el 8 de junio de 2012
Si al principio del siglo XX fue la Recherche de Proust, ¿quién sabe si la Trilogía Americana de James Ellroy será el justo y desquiciado relevo para este nuevo siglo? Casi tres mil páginas de violencia, política, sexo, poder y corrupción. Otros tiempos, sin duda. Sangre vagabunda cierra la trilogía de los bajos fondos de EEUU con la que James Ellroy ha dinamitado el género de la novela negra. A mi me ha dejado exhausto. He llegado al final con una pájara de escándalo. Y es que Ellroy no te da respiro. Muerde con sus novelas, te golpea una y otra vez, te dispara con su ametralladora de prosa telegráfica y frases cortas inmersas en una trama laberíntica aderezada con expedientes policiales, artículos de prensa, fragmentos de diarios, grabaciones de conversaciones telefónicas o informes del FBI. Un fresco histórico brutal, un retrato oscuro y violento de la sociedad estadounidense, un viaje por las cloacas de la política americana donde nos encontramos con JFK, Hoover, Howard Hughes, Luther King, Nixon, los mafiosos de la época, la crisis cubana, la pesadilla de Vietnam, el KKK, asesinos a sueldo, chantajes y asesinatos. Alrededor de todos los personajes reales bailan personajes ficticios que manipulan la historia y dejan tras de sí todo un reguero de sangre y de violencia mientras se alían con políticos y mafiosos (valga la redundancia). Las novelas de Ellroy exhalan racismo y violencia. En las entrevistas parece un orangután fascista. Le gusta provocar. Se autoproclama el Beethoven de la novela criminal, el demonio del sexo, un cabronazo de derechas. Los que le conocen dicen que todo es una pose. En realidad, sólo es un romántico asfixiado por demonios personales. Al parecer, escribió Sangre vagabunda para una mujer llamada Joan que le abandonó. En la novela Joan le pregunta al protagonista: “¿qué es lo que quieres?”. Y él responde: “quiero caer y que estés ahí para recogerme. Es lo que siempre he querido”. Dicen que el insensible, duro y machista Ellroy comenzó a seguir a mujeres que se parecían a Joan. Caminaba diez metros, y nunca era ella. El amor, o sea.