Publicado en El Norte de Castilla el 29 de junio de 2012
Fue hace treinta años. El 25 de junio de 1982 se estrenó Blade Runner. Desde entonces, hemos visto un millón de veces la película y un millón de veces nos hemos enamorado de ella. Todo en Blade Runner es arte, emoción, belleza, filosofía. Una explosiva combinación de cine negro (la mujer fatal, la narración en primera persona a lo Marlowe, la cuestionable moralidad del héroe) y de ciencia-ficción (Los Ángeles en el año 2019 convertida en una ciudad sombría, oscura, multicultural y decadente, con calles abarrotadas, interminables mercados callejeros y una llovizna gris constante). El cyberpunk, una sorprendente mezcla de posmodernismo, mundo computerizado, punk y existencialismo, entraba por la puerta grande en la cultura popular. La historia del solitario exterminador de replicantes y del moderno Frankenstein convertido en mártir la conoce todo el mundo. Una genialidad arrebatadora por cada fotograma. Un oscuro poema visual de sobrecogedora belleza y decrépito romanticismo. Un relato profético y emotivo, una película de revelaciones llena de simbolismos, una inmensa e hipnótica metáfora que no para de bombardearnos con preguntas. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Somos dueños de nuestros recuerdos? ¿Vivimos nuestras propias vidas o estamos sujetos a los moldes que otros han creado? ¿Pueden las máquinas tener sentimientos? ¿Pueden sentir amor? Lluvia sin fin, calles con humo permanente y desolador, ángeles ígneos cayendo y profundos truenos oyéndose en las lejanas costas, neones que manchan la noche, inmensos edificios vacíos, androides que brillan con intensidad y comienzan a tener sentimientos, diseñadores genéticos que se construyen amigos, notas de piano que son un eco de la soledad, replicantes a los que les obsequian con un pasado para crear un apoyo a sus emociones, unicornios de papiroflexia, androides que lloran. Blade Runner es más que una película. Es un milagro. Tal vez la película más hermosa y turbadora que conozco. Algún día los androides dejarán de soñar con ovejas eléctricas y lo harán con unicornios blancos.