“Desde el cielo observé en silencio las curvas sinuosas de la isla de Mesen, la isla que había convertido en mi refugio, en mi búnker, en mi paraíso perdido. El avión dibujó un trazo de fina caligrafía en el aire y comenzó las maniobras de aterrizaje. Durante todo el viaje no había parado de pensar en mis muertos del Chad. Por primera vez tenía la sensación de que podían descansar en paz. Me había pasado los veinte últimos años buscando un rubí entre una montaña de piedras. El rubí era la conciencia limpia”.
El murciélago y el infierno (pág. 44), amazon.es