Publicado en El Norte de Castilla el 16 de noviembre de 2012
Vuelves a casa y te encuentras una nota en la puerta: “Está usted desahuciado y su perro en la perrera”. Eso le sucedió hace unos días a una familia al volver a su casa: sus pertenencias dadas por “abandonadas” y su mascota en la perrera. Hemos leído historias terribles. Por ejemplo la de una mujer que corre el riesgo de perder su propia casa por las deudas que dejó el hombre que mató a su hija. Historias de infamia que podrían llenar catedrales. Durante un tiempo, la codicia de los bancos provocó que se concediesen cientos de miles de hipotecas a personas claramente insolventes. A muchos se les engatusó con la llamada “hipoteca bienvenida”, un producto financiero especialmente pensado para los inmigrantes por el que podían acceder a un crédito que cubría el 120% del valor de una vivienda. Con estas tramposas hipotecas la banca conseguía 50.000 clientes al año. Todos conocemos las tragedias que han llegado con posterioridad mientras los bancos han seguido comportándose como atracadores en el país de Alí Babá sin que nadie hiciese nada, ni el PSOE ni el PP. Los abusos de los desahucios han destrozado y dejado en la calle a muchas familias. Eso a pesar de que los contratos que se firmaron hace años han quedado distorsionados por el cambio radical en los mercados, un cambio propiciado en buena medida por los propios bancos. Nadie debería poder echarte de tu hogar. Tu casa es tu refugio, el santuario de tus recuerdos, allí donde los niños crecen y se sienten seguros, donde compartes tu vida con la gente que quieres. Es un espacio sagrado que debería ser intocable. Gracias a la movilización de la gente, enardecida por varios suicidios, la situación parece haber dado un giro radical. Los que antes pasaban del tema ahora parecen estar muy interesados en solucionarlo. Se les ve el plumero. Esta tragedia de los desahucios ha servido, además, para demostrar que la presión social sirve para algo. Hoy, con la resaca de la huelga general, bueno es saberlo. Al menos para callar la boca a los que dicen que las protestas y las movilizaciones no sirven para nada.