“Llegó como un hortera reyezuelo africano. Con capa, camisa de chorreras y séquito imperial. Era muy gordo y extremadamente pálido. Su rostro parecía maquillado con polvo de arroz. El pelo le llegaba hasta más allá de los hombros aunque por delante estaba casi calvo. La gente le hacía pasillo como si fuese el puto Alejandro Magno mientras su guardia pretoriana miraba a todos los lados con cuchillos en los ojos. Wagner sonaba a todo trapo.
La jodida parafernalia de los tiranos.
Liturgia de sangre y cruces en llamas.
Y abajo un país que llora como el infierno.
– Es él, Adam, es él –me susurró al oído el Señor Zaire-. Es uno de los 80 diablos”.
El Murciélago y el Infierno (pag. 89), amazon.com