“Todo se recompone. La vida consiste en eso. El Señor Zaire colocó su espada en una funda que llevaba en la espalda y musitó una especie de plegaria. Yo miré hacia todos los lados, me acerqué a alguno de los ventanales, me asomé al pasillo y luego a la balconada superior. Venecia estaba dormida. Una luna sonriente colgaba del cielo sus regalos de pasión, misterio y magia. Los canales olían a sexo. Venecia seguía siendo la ciudad del amor”.
El Murciélago y el Infierno (pag. 118), amazon.com