En abril de 1971, los Doors grabaron su último disco. El mejor. Una explosión de rhythm & blues vomitada desde el infierno por unos californianos liderados por el mítico Jim Morrison y grabada casi en directo, sin mezclas ni dobles grabaciones. Cuentan las crónicas que fueron sesiones muy duras y que Morrison aparecía por el estudio cuando le daba la gana (y lo hacía cargadito de 100 pippers, su whisky preferido). Se aferraba al micrófono como si fuese un tótem y parecía entrar en trance. Seguía siendo una rock star y un poeta pero había abandonado su imagen de sex-symbol: ahora lucía barriga y una frondosa barba. Su voz, rota y resquebrajada por el alcohol, las drogas y tres paquetes de tabaco diarios, lucía como nunca, dando un toque oscuro, doliente y conmovedor a todas las canciones. Con su nueva voz, intimista y salvaje a la vez, aguardentosa como la de los viejos bluesman, parió un disco repleto de grandiosos temas de blues, más algunos toques experimentales, aderezado todo ello con ritmos diabólicos y textos enigmáticos. “Abandonaré la ciudad en el tren de medianoche”, grita Jim nada más pinchar el disco. “Siete caballos parecen estar en línea de salida. ¿No la amas locamente?”, susurra más tarde. Al poco, nos avisa de que “el hombre de la lluvia está llegando a la ciudad”. O que “las luces de los faros atraviesan mi ventana iluminando la pared. Una chica fría te matará en una habitación oscura” mientras imita el sonido de una guitarra eléctrica con unos gemidos que parece que llegan de ultratumba. La mezcla de rock, blues e introspección oscura llega al punto álgido con algunos temas. El que da título al disco es la despedida de Morrison a su querida Los Angeles, ciudad de la luz, ciudad de la noche, ciudad de la tentación, un canto, en el fondo, a la soledad: “¿Eres una señorita con suerte en la ciudad de la luz? O solamente otro ángel perdido. Veo que tu pelo está ardiendo. Nunca vi a una mujer tan sola”. Al final, los gritos de Morrison hacen referencia a Mr. Mojo Risin, anagrama de su nombre…. En la impresionante “Hyacinth house” nos habla de la soledad y la muerte: “¿Qué están haciendo en Hyacinth House para contentar a los leones este día? Necesito a alguien que no me necesite”. “The Wasp”, una especie de poema surrealista, de blues-rock recitado, da paso a la joya de la corona, la última canción grababa por Jim Morrison, el más bello apocalipsis posible: “Riders on the storm”, una de mis canciones preferidas de toda la historia de la música, un tema lento, que cabalga al ritmo de una lluvia inquietante y que relata un episodio de su infancia, la invasión de su alma por un chamán indio, mientras Jim canta, a modo de despedida aquello de “Jinetes en la tormenta, hay un asesino en la carretera”. “L.A. Woman” es un disco infinitamente más fresco y moderno que la inmensa mayoría de los que se editan en la actualidad. Tras grabarlo, Morrison huyó a París, se perdió entre los clubs de los poetas parisinos y, dicen, murió en un oscuro hotel. Solo su chica y un enigmático médico, que posiblemente nunca existió, vieron su cadáver. Su tumba de Père-Lachaise está llena de flores continuamente pero muchos piensan que el bueno de Jim anda por ahí perdido cantando blues bajo el nombre de Mr. Mojo Risin. Yo no lo descarto.