“La conciencia me giraba una factura. El consigliere interpretó mal mi incomodo y torció el gesto. Se inclinó y abrió con llave un cajón bajo y sacó una carpeta.
– Contén las tentaciones, Adam. Todo está bien atado; no llegarías ni a San Bernardino -la arrojó sobre la mesa, pero no me hacía falta abrirla-. Tan sencillo como elegir un trono en vez de la silla eléctrica…
En 1993 ya le habría pegado un tiro.
Y antes de que su cabeza tocara el suelo, me habría esfumado”.
Los 80 Diablos (pag. 46), amazon.com