Cuenta Lorenzo Silva que el apellido Bevilacqua lo encontró de manera casual en una saltadora de altura italiana durante la celebración de unos campeonatos del mundo. Ese fue el principio de una excelente serie policíaca protagonizada por una peculiar pareja de guardias civiles que tomó forma en “El lejano país de los estanques”, primera entrega de las aventuras de los agentes Bevilacqua y Chamorro. Esta pareja, con cinco títulos, ya se ha convertido en la más encantadora de la moderna novela policíaca y en herederos directos de series tan adictivas como las protagonizadas por Carvalho, Montalbano, Brunetti, Wallander o Héctor Belascorán Shayne. “El lejano país de los estanques” destaca por un lenguaje sobrio y cuidado, por una intriga absorbente y adictiva, y por contrapuntear a la perfección los crudos hechos propios de la investigación policíaca con las reflexiones cuasifilosóficas de Bevilacqua. Silva se planteó desde el principio crear unos personajes reales, alejados del estereotipo de Hollywood, ya que nunca pudo imaginar a Error Flynn con tricornio (si acaso, a Victor Mature). Además, todos sabemos que resulta imposible a estas alturas encontrar policías con olfato sobrenatural, pues ya están todos muy ocupados rodando telefilms en Nueva York. El verdadero éxito de esta serie, por ello, es la creación de dos tipos humanos inolvidables. El sargento Rubén Bevilacqua es reflexivo, sarcástico (un truco para disimular la timidez), psicólogo cuántico, quijotesco, honrado y sentimental, aunque cada vez se irá haciendo más filosófico y más pesimista. Ha leído a Freud pero mantiene serias discrepancias con él. Pinta figuras de plomo (nunca de ejércitos victoriosos) y tiene la suficiente lucidez como para opinar lo siguiente: “El teléfono móvil es el más salvaje y abyecto atentado que el progreso tecnológico ha producido contra uno de los pocos tesoros espirituales del hombre: la soledad”. Virginia Chamorro, su pertinaz, inteligente e insegura compañera, es vista en la unidad como un cruce de catequista y lesbiana pero enseguida sorprende a su jefe convirtiéndose en un amago de top-model, en un arcángel de la modernidad escondido bajo el serio uniforme de la Guardia Civil. Bevilacqua la compara en varias ocasiones con Veronica Lake pero yo la veo más como Ingrid Rubio. Claro que en eso tiene mucho que ver la película. Por cierto, tengo que llamar a Ingrid ya que, desde que le propuse matrimonio no hace mucho, aprovechando su paso por la Seminci, no he vuelto a saber de ella. Yo creo que me la está pegando con el sargento Bevilacqua.