“Noches de ladrones” (subtitulado “Las crónicas de Delancey, Rey de Ladrones”) es un fabuloso ejemplo de la producción literaria del que es conocido como “el escritor más bizarro del mundo”. Un portentoso juego de matrioskas en el que se suceden argumentos e historias que se entrecruzan, surgen, desaparecen y se entroncan unas en otras. Al fin y al cabo, lo de la historia dentro de la historia es una de las constantes más recurrentes en su obra y, de hecho, aparece en casi todas sus novelas (en este terreno de experimentación narrativa inconsciente, en “Noches de Ladrones”, la historia es un relato dentro de otro y éste dentro de otro hasta alcanzar un tercer nivel, para finalmente mezclarse la historia de ficción de “tercer grado” con la de “primer grado”). Además, aquí, aderezada con el recuerdo y homenaje a uno de los principales éxitos del autor: “Noches de Sing Sing”. Como en aquella en este libro aparecen nuevas Sherezades y nuevos Shanahans. O sea, el placer de contar historias….
En este caso se suceden, una tras otra, apelando a las mayores de las casualidades (ríase usted de Paul Auster), historias que remiten a un ladrón de guante blanco: Boris Melekoff, más conocido por Delancey Rey de Ladrones. Lo curioso y más extraordinario (algo que da idea del dominio narrativo de Keeler) es cómo se integran todas estas historias en el argumento principal, si es que de argumento principal se puede hablar cuando nos enfrentamos a una novela de HSK.
La novela comienza cuando un infortunado tipo es requerido por un millonario. Ward Sharlow se presenta en la lujosa mansión del todopoderoso John W. Atwood y éste le pide que, dado el increíble parecido entre ambos, se haga pasar por su hijo desaparecido. Este es el principio de un verdadero tsunami de casualidades que comienzan cuando la primera noche el propio John W. Atwood muere de un infarto, día que coincide con el 27 cumpleaños de Ward Sharlow, en el que tiene que abrir un sobre que le había dejado en herencia su fallecido padre….