Publicado en El Norte de Castilla el 21 de junio de 2007
Muchos acostumbramos a leer el periódico con un cuchillo entre los dientes: es el precio a pagar por tener que escribir una columna y andar rebuscando material inflamable. Habitualmente, siempre nos entretenemos con las mismas historias: malayos y malayas coleccionando euros en bolsas de basura, Bagdad ahogándose en sangre, pateras salpicando el Mediterráneo y avergonzándonos todos los días, Gaza y Cisjordania jugando a la ruleta rusa o políticos ejemplares pactando con el demonio si ello les asegura una poltrona calentita para los próximos cuatro años. Todo muy edificante, vaya. De vez en cuando, sin embargo, otras noticias llenan los periódicos. Es una gozada, por ejemplo, contemplar el despliegue informativo que le están prestando a la visita del gran Woody Allen a Asturias (para la presentación de su última película) y a Barcelona donde está a punto de comenzar el rodaje de su siguiente film. A otro nivel, dos de mis más admirados compañeros de letras y alfabetos babilónicos también han sido noticia estos últimos días: Alejandro Cuevas ha vuelto a dinamitar los premios de cuentos del Compás y Eduardo Fraile se ha llevado el Fray Luís de León de poesía. Y me alegro muy especialmente ya que les tengo como dos de los que mejor saben hacer esa cosita tan cabrona de juntar letras y estoy seguro de que el futuro de la novela y de la poesía pasa por ellos. Conozco a Alejandro Cuevas desde hace muchos años; de hecho, publicamos nuestra primera novela casi a la vez y, tal vez por ello, nos gusta comentar que pertenecemos a la Armada Difácil, aunque nuestras espadas sirvan en otros ejércitos. Experto en comerse premios literarios de todo tipo, deslumbró al personal al conseguir una mención especial en el Nadal de 1999 con ‘La vida no es un auto sacramental’. Luego vinieron joyas del absurdo y de la ironía como ‘La peste bucólica’ y ‘Quemar las naves’. En todas ellas, despliega un apabullante carrusel de personajes inadaptados, situaciones tronchantes, frases lapidarias, humor negro, filosofía ácida, existencialismo marxista (sección Groucho) y literatura de 24 quilates. ‘Niño, no te acerques a ese hombre, que es poeta o algo peor’: decía uno de los protagonistas de ‘Quemar las naves’. Y es que utilizar el humor como arma de descojone masivo es una de las dos cosas más difíciles que conozco en el mundo de la literatura. La otra es escribir como los ángeles, y eso lo hace Eduardo Fraile, poeta inmenso, editor exquisito, hijo de San Francisco Pino, jardinero de rosas transparentes que huelen sin olor y autor de uno de los poemarios más apasionantes e hipnóticos de los últimos tiempos: ‘Teoría de la luz’. También, como buen poeta, Eduardo es uno de los tipos que mejor dominan el difícil arte de titular. Este último premio lo ha ganado con ‘Quién mató a Kennedy y por qué’, pero antes fueron otros títulos igual de memorables: ‘Nunca tuviste unas piernas como a tus trece años’, ‘Siete finales para Philip Marlowe’, ‘Con la posible excepción de mí mismo’ o ‘Cuando me saluda por la calle alguien que no caigo quién es y si además es guapa’, títulos maravillosos que enfurecerían, por su longitud, a más de un editor. En fin, quedan avisados. Alejandro Cuevas y Eduardo Fraile: el futuro de la literatura ya está aquí. Muy cerquita de nosotros.