Un día como hoy, hace justo 25 años, se estrenó la hipnótica, trágica, sombría, existencialista y memorable “Blade Runner”. Ridley Scott advirtió desde el principio: “es una película situada dentro de cuarenta años, hecho en el estilo de hace cuarenta años”. La voz en off de Harrison Ford nos recordaba a Marlowe y Sean Young a una de las mejores femme fatale del cine. La explosiva combinación de cine negro y ciencia-ficción (estética futurista, decorados lluviosos y brumosos, asfixiantes carteles luminosos, el mundo de Philip K. Dick y de Moebius entrelazados mágicamente) alcanzó su cumbre en esta inolvidable película. Los que saben de estas cosas dicen que Blade Runner parió un subgénero de la ciencia-ficción cinematográfica: el cyberpunk, una mezcla de posmodernismo, new age, punk, existencialismo y mundo computerizado. Yo sólo sé que Blade Runner es una de las películas más hermosas y desasosegantes de la historia. Sé que me conmueve la historia del solitario cazador de replicantes y, sobre todo, la del moderno Frankenstein, el villano convertido en mártir que nos regala uno de los monólogos más románticos y escalofriantes de la historia. Veinticinco años de lágrimas perdidas en la lluvia.
“He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.