– Es toda una experiencia vivir con miedo. Eso es lo que significa ser esclavo.
– Se supone que los replicantes no tienen sentimientos y que tampoco lo tienen los blade runners. ¿Qué demonios me estaba pasando? ¿Por qué un replicante colecciona fotografías? No lo entiendo. Quizá eran como Rachel: necesitaban recuerdos.
– No hay nada peor que sentir picor y no poder rascarse.
– Yo no estoy en ese trabajo. Yo soy ese trabajo.
– No es cosa fácil conocer a tu creador.
– No haré nada por lo que el dios de la biomecánica me impida la entrada en su cielo.
– Lástima que ella no pueda vivir, pero… ¿quién vive?
– No sé porqué me salvó la vida… Quizá en esos últimos momentos amaba la vida más de lo que la había amado nunca. No solo su vida. La vida de todos. Mi vida. Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que todos buscamos: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuánto tiempo me queda? Todo lo que yo podía hacer era sentarme allí y verle morir.
Lluvia sin fin, calles con humo permanente y desolador, ángeles ígneos cayendo y profundos truenos oyéndose en las lejanas costas, neones que manchan la noche, inmensos edificios vacíos, androides que brillan con intensidad y comienzan a tener sentimientos, diseñadores genéticos que se construyen amigos, notas de piano que son un eco de la soledad, replicantes a los que les obsequian con un pasado para crear un apoyo a sus emociones, unicornios de papiroflexia, androides que lloran. ¿Pueden las máquinas tener sentimientos? ¿Pueden sentir amor? Por dios, qué película más hermosa y turbadora.