“—Mi querido Zakuani, te echaba de menos —dijo el Padre Cerler con un tono de voz forzado. El Señor Zaire lo conocía bien. Sabía que se moría por soltar el látigo de mesías iluminado que tan a gala llevaba desde muchos años atrás. Nadie como el Padre Cerler creía con mayor devoción y dedicación en los 80 diablos. Su vida se había convertido en una completa obsesión. Dirigía a los nueve exorcistas con mano de hierro. Sabía, al menos eso formaba parte de su ADN, que estaba implicado en una auténtica guerra. Probablemente la más importante de toda la historia de la Humanidad. Y, por supuesto, no le hacía gracia que uno de los nueve exorcistas actuase de forma tan independiente. Y, mucho menos, que trabajase codo con codo con Adam Negroponte”.
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