Publicado en El Norte de Castilla el 28 de febrero de 2014
“Pueden exterminar a toda una generación, arrasar sus casas y, aun así, el pueblo se repondrá. Pero si destruyen su historia, si destruyen sus logros, es como si ese pueblo nunca hubiera existido”. El que habla así es George Clooney en su última película, “Monuments Men”, que cuenta la historia real de unos hombres (conservadores de museos, artistas, historiadores) que se desplazaron a primera línea de fuego durante la II Guerra Mundial para salvar de la destrucción las obras de arte robadas por los nazis. Su filosofía era valiente y admirable: “¿Quién va a garantizar que cuando acabe la guerra el David de Miguel Ángel siga en pie y la Mona Lisa siga sonriendo?”. La maquinaria de Hollywood nos trae esa historia. Muchos, sin embargo, desconocen que nosotros tuvimos nuestros particulares “monuments men”. Durante la Guerra Civil, la Junta de Defensa del Tesoro Artístico, presidida por Timoteo Pérez Rubio, consiguió salvar, sin apenas medios y con todo en contra, las obras maestras del Museo del Prado. Eso sin contar a los bibliotecarios y los voluntarios de “Cultura Popular” que dieron su vida por salvar las joyas bibliográficas de la Biblioteca Nacional y de un buen puñado de bibliotecas durante la Defensa de Madrid. Todos ellos se merecen una película o, al menos, el reconocimiento que casi siempre se les ha negado. Sólo recuerdo un documental, titulado “Las cajas españolas”, premiado por cierto en la sección de Tiempo de Historia de la Seminci: una película magnífica, aunque en ella no sale George Clooney. Para terminar, en fin, un coletazo de cascarrabias demodé. Últimamente salgo del cine con la certeza de que jamás regresaré para así no tener que aguantar a los groseros de turno masticando, zampando, comiendo como cerdos durante toda la película, haciendo todo el ruido del mundo con bolsas de plástico y sorbiendo la cocacola como si les fuese la vida en ello. Entre unos y otros, entre unas cosas y otras, nos expulsan del paraíso de los sueños. Luego, al final, acabo siempre regresando al lugar del crimen porque la droga del cine sigue funcionando. Al menos hasta hoy.