Carlos Zanón sigue construyendo una solida trayectoria dentro del emergente panorama de la novela negra española. Lo hace sin dejarse arrastrar por historias fascinantes y deteniéndose mucho más en los ambientes. Le vale hablar de gente normal, de perdedores que algún día tuvieron su momento de gloria, de gente que llega tarde a todo, al punk, al dinero, a la heroína, pero que se subieron igual al tren de la bruja, de personas que malviven en el presente porque el pasado les ha destrozado el futuro, de personajes que sobreviven como pueden en un mundo de caspa y terciopelo rojo, abrasado de manchas de licor y semen triste. Zanón, en fin, es un experto en encontrar belleza en los cubos de basura. Lo hace con una soberbia mezcla de poesía y diálogo lumpen de metralleta. Con una elección cuidada de frases que muchas veces tienen un ritmo narrativo y una melodía interna casi de canción. De hecho, Carlos Zanón ha declarado que su intención con “Yo fui Johnny Thunders” no era otra que escribir una novela negra de rocanrol. También le he escuchado decir que la novela estaba pensada como si se tratase en el fondo de un LP de los Pixies. La propuesta le ha salido redonda al recuperarnos la figura de Francis, un tipo que rozó con las yemas de la mano el convertirse en una estrella de rock’n’roll y que regresa al lugar de su infancia. Este Mr. Frankie, que sólo quería a sus amigos, a su polla y a los Clash, y no por ese orden, rápidamente se convierte a nuestros ojos en un Peter Pan de ojos tristes y en un auténtico mártir del rock como el mítico Johnny Thunders. Y quizás para él ya sea tarde, aunque ahora ya no quiera ni drogas ni sexo. Tan sólo regresar al país donde se enamoraba como en las canciones. Donde las canciones no mentían. Donde alguien había escrito una canción para pasarla en tu cine particular.