Publicado en El Norte de Castilla el 23 de mayo de 2014
Es una verdad universalmente reconocida que hay vidas tristes, vidas muy tristes y luego están las vidas de los que se colocan detrás de los candidatos en los mítines. En época de elecciones la farsa excede lo humanamente soportable. Menos mal que este domingo termina el período que se dan los políticos para bajar a la calle antes de regresar a su particular mundo. Me había prometido no votar en estas elecciones a pesar de que sigo creyendo que la salvación está en Europa y no en mirarnos el ombligo. Después de seis años de crisis solventada (eso dicen) asfixiando al pueblo y recortando sueldos y todo tipo de derechos mientras la casta privilegiada aumentaba sus sueldos y prebendas, no se me ocurría castigo mayor que el de las urnas vacías. Y es que, más allá de cualquier consideración, una mayoritaria abstención de los ciudadanos debería de tener un valor moral para que los políticos hicieran examen de conciencia. Unos gobernantes que, tal vez, tengan representatividad política pero que perdieron la representatividad moral hace tiempo. Así que pensar que estos políticos corruptos que sobreviven a imputaciones, a promesas incumplidas y a escándalos de todo tipo pudieran sentir vergüenza ante el toque de atención de los votantes era una auténtica quimera. Como lo es el pensar que no va a ir a votar nadie. No creo que haya mayor expediente X que el de ese electorado que vota a los suyos a ciegas, sin importarle lo que hayan hecho. Les votarían aunque pusieran de cabeza de lista a un chimpancé. Así que, visto lo visto, el domingo volveré a poner la papeleta en las urnas. Al fin y al cabo, la abstención beneficia a los dos grandes partidos y nuestra rabia, nuestra decepción y nuestra nula confianza en ellos no puede contribuir a que todo siga igual. Así que no nos queda otra. Habrá que ir a votar concienzudamente, no haciéndolo al aznar (digo, al azar) y sopesando bien cuáles son las formaciones que se acomodan más a nuestras ideas y a nuestras esperanzas. Votar, en definitiva. Aunque sólo sea para joderles las estadísticas a los de siempre.