Publicado en El Norte de Castilla el 17 de octubre de 2014
Leo un tremending topic: “Hay que mantener la calma, saldremos del ébola como salimos del OLA K ASE”. Probablemente sea cierto. Lo que se antoja mucho más difícil es salir del choriceo instalado ya en el ADN de la marca España. Desde Asturias a Andalucía habemus escándalo diario. Ya no podemos fiarnos siquiera de un molt honorable ni de un histórico sindicalista asturiano. Lo último ha sido descubrir cómo se gastaban quince millones y medio de euros unos cazurros señoritos encorbatados mientras los españolitos teníamos que poner 22.000 millones para hacer frente al robo de Bankia. El listado de artículos en los que soltaban la tarjeta de marras produce vergüenza ajena y queda muy lejos de lo que el común de los mortales entendemos como gastos de representación: fiestas nocturnas, masajes, lencería, ferretería… Eso sin olvidar el toque cutre-roñoso-cicatero al cargar facturas de 60 céntimos de un aparcamiento o 20 céntimos de una farmacia. Muchos de estos usureros eran los mismos que pedían flexibilidad laboral, moderación en el consumo y congelación de salarios. Sin embargo, toda esta sórdida canallesca queda en segundo plano por culpa de la repugnante actuación de un consejero de Sanidad empeñado en salvar su culo y en tapar el desmantelamiento de la sanidad pública madrileña a base de linchar a una mujer que se debatía entre la vida y la muerte y que apenas había recibido formación para tratar el ébola. Asco e indignación produjeron sus declaraciones como asco e indignación produce el desfalco que están perpetrando desde las más altas instancias. Nos dirán que hay políticos preparados, respetuosos y honrados. Si es así, ellos deberían ser los primeros en apartar toda la escoria que les rodea. Sin ir más lejos, hace una semana y coincidiendo con el empeoramiento del estado de salud de la auxiliar de enfermería, el consejero de Sanidad intervino en la Asamblea de Madrid. El resultado fue una ovación de más de treinta segundos a un tipo que acababa de demostrar al país entero que la ruindad tiene nombres y apellidos.