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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

LA CARICIA DE LA HIENA

Recuerdo con agrado “El color del miedo”, novela de Silver Kane protagonizada por Donald Kelsen, un agente de una base secreta de Cabo Kennedy. Aquella entretenida novela comenzaba con el encuentro de Kelsen con una mujer de excepcional belleza y muy extraña profesión (Lorna Monsen era embalsamadora). Kelsen se encontraba en ese momento de permiso ya que iba a casarse con su prometida aunque en realidad detrás se escondía un complejo plan para detener a un peligroso comando. Para más inri, el cadáver que transportaba Lorna en su furgoneta era el de la prometida de Kelsen… Me quejaba en la reseña que escribí en su momento de que la fascinante trama policiaca que Silver Kane había comenzado fuese bruscamente abandonada a mitad de la novela para dedicarse al misterio que, al parecer, había llegado del espacio exterior… Así quedó la cosa hasta este momento en el que cae en mis manos “La caricia de la hiena”. Nada más comenzar a leer esta nueva novela de Silver Kane me doy cuenta de que el segundo capítulo es completamente idéntico al segundo capítulo de “El color del miedo” (el capítulo repetido es el que da cuenta del encuentro entre Kelsen y Lorna que termina cuando conocemos que el cadáver que lleva la embalsamadora es el de la prometida de Kelsen). ¿Qué está ocurriendo? ¿Va a ser cierta, finalmente, la leyenda de que muchos de los bolsilibros de Silver Kane eran idénticos salvo ligeros cambios? Durante mucho tiempo me negué a creerlo. Tal vez entre las más de 900 novelas del Oeste se pudieron dar casos (aunque yo todavía no me he topado con ninguno) pero siempre he querido pensar que entre las novelas policiacas escritas por Silver Kane (muchas menos en cantidad) nunca sucedió eso. ¿Me había topado al final con el primer caso? Seguí leyendo “La caricia de la hiena” entre temeroso y expectante (y siempre con el ejemplar de “El color del miedo” al lado para ir cotejando capítulos), hasta que terminé la nueva novela y una sonrisa se instaló en mi rostro. Silver Kane lo había vuelto a hacer. Me había vuelto a atrapar con una novela entretenidísima y fascinante, pero en esta ocasión protagonizando además un interesantísimo y poliédrico juego. Hay que decirlo cuanto antes: ya no volví a encontrar ninguna otra página idéntica entre ambas novelas. “La caricia de la hiena” nos habla de un gigantesco plan para eliminar a los científicos más importantes de Cabo Kennedy y así dejar sin cerebros a una de las organizaciones más poderosas del mundo. Asistimos a las andanzas de tres espías conocidos que han entrado en el país ilegalmente y a los que la policía, ante el temor de que estén tramando algo, les tiene vigilados las 24 horas del día. Mientras tanto, nos enteramos de que su jefe, que no había entrado en el país y se había quedado en el Canadá (en la parte de Niagara Falls) ha muerto de forma horrenda, lo que provoca que los tres hombres se desplacen hasta allí para velar el cadáver. Todo se trata, en realidad, de un retorcido plan al modo y manera de una maquiavélica partida de ajedrez. Lo cierto es que varios científicos comienzan a morir asesinados y por allí anda siempre nuestra embalsamadora preferida, a la que Donald Kelsen no deja de perseguir a lo largo de la novela. Parece como si aquella trama policiaca que había quedado inconclusa en “El color del miedo” continuase en “La caricia de la hiena”. Es como si Silver Kane hubiese querido escribir la misma historia desde dos puntos de vista completamente diferentes para contarnos la extraña historia de amor entre Kelsen y Lorna: dos historias que comienzan de forma idéntica, que terminan de manera muy parecida y que, por el camino, es decir en las partes centrales de las novelas, se nos ofrecen dos historias completamente distintas (con Kelsen y Lorna como protagonistas) donde se aportan datos muy distintos e incluso contradictorios. Como si a partir del primer encuentro hubiesen surgido dos universos paralelos protagonizados por la pareja protagonista, regalándonos así una visión poliédrica de una historia que había comenzado con el encuentro de un agente y una embalsamadora de cadáveres. Nada más. Y nada menos.

En fin, muy llamativa la propuesta de Silver Kane, y mucho más en el ámbito de los bolsilibros y del pulp hispano, que por tantos motivos obligaba a los autores a ser claros y directos. A todo ello hay que añadir, que el estilo Silver Kane resplandece en muchos momentos, con ese humor característico, esa prodigiosa facilidad para hacer encajar las piezas del puzle que monta y con esos ramalazos de genialidad en su narrativa que ha convertido a Francisco González Ledesma en uno de los escritores más fascinantes de los últimos cincuenta años.

Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


diciembre 2014
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