Publicado en El Norte de Castilla el 17 de abril de 2015
A nadie se le puede desear un largo viaje alrededor de los hospitales. Desgraciadamente, tarde o temprano, nos toca sacar ese billete. Por ejemplo, yo tengo la sensación de que en el último mes he vivido más tiempo en el hospital que en mi propia casa. Unas cosas han salido mejor y otras peor pero lo que me queda es la certeza de que la Sanidad Pública es el mayor tesoro que tiene este santo país. No sólo te ofrece la seguridad y la tranquilidad de que siempre, ocurra lo que ocurra, vas a estar atendido sino que te permite saber que detrás hay profesionales que dedican las 24 horas del día a salvar vidas, profesionales que no descansan, que parecen vivir en el hospital, profesionales que te dan una palabra de ánimo, que te enseñan la luz al final del camino o que te consuelan cuando más lo necesitas, profesionales, en fin que, a pesar de estar sometidos a una presión cada vez mayor y a un progresivo deterioro de sus condiciones de trabajo, están al pie del cañón con un entusiasmo y energía que sólo pueden estar alimentados por una vocación inquebrantable. Así que mi homenaje, mi agradecimiento y mi admiración a todos ellos. De igual manera, mi desprecio más absoluto a los miserables que quieren acabar con la mayor joya de nuestro bienestar social (a base de privatizaciones, recortes y exclusiones, en muchos casos con el fin de buscar un bastardo beneficio para ellos mismos o para alguien cercano). En nuestras manos está impedirles que nos quiten el tesoro más grande de la marca España, evitar que se siga degradando la Sanidad Pública y que vuelva a ser lo que era, la envidia del planeta entero. Las mareas blancas que denuncian los recortes que se han producido en los últimos años en financiación, instalaciones, personal y servicios llevan tiempo saliendo a la calle. No son suficientes. Lo que algunos están haciendo es indecente, es una canallada, es el crimen del siglo. Alguien dijo que la salud es la unidad que da valor a todos los ceros de la vida. Sin salud no somos nadie. Y sin esos ángeles guardianes que nos cuidan en los malos momentos, tampoco. A lo mejor no creemos en Dios pero sí creemos en esos ángeles.