Publicado en El Norte de Castilla el 1 de mayo de 2015
Y escuchas que van cinco mil muertos y que no descartan el llegar a los diez mil. Y ves las imágenes de desolación, de tragedia, de destrucción. Y te acuerdas de la torre de Dharahara que ha desaparecido como por arte de magia llevándose en su derrumbe a más de doscientas personas. Y comprendes que un país entero, que ha albergado durante milenios a algunas de las más grandes civilizaciones, ha perdido en apenas un minuto toda su historia. Y maldices que el valle de Katmandú, cuna del budismo y el hinduismo, haya sido mecida por una mano con Parkinson. Y las televisiones escupen el abatimiento de gente que ha perdido todo, su casa, su familia, sus recuerdos. Y ya no queda nada en la ciudad mágica, sólo muerte y una catástrofe apocalíptica. Y no puedes poner rostro a los templos de Kalmochan o de Changu Narayan porque el único rostro que existe en aquel lugar abandonado por todos los dioses es el de la desesperación. Y al final te quedas con las declaraciones de un españolito que ha sido evacuado y que, a pesar de haber tenido la inmensa suerte de sobrevivir al infierno y de haber formado parte de los primeros europeos en salir de Nepal, se lamenta del trato recibido y de haberle tenido cincuenta horas al aire libre sin higiene y sin agua. Y le oyes decir que vio con sus propios ojos cabezas, brazos y ríos de sangre para luego oírle quejarse porque le cobraron diez euros por una botella de agua. Y no sabes si sus deplorables declaraciones son causa de un shock postraumático o simplemente corresponden a la típica actitud arrogante del occidental. Porque te gustaría decirle que un país que está cavando la tierra con sus propias manos para sacar a miles de muertos de sus entrañas no tiene por qué estar dando botellas de agua al españolito de turno ni toallitas perfumadas para que se asee un poco. Tal vez sea el síndrome del coronel Tapioca del que habló Pérez Reverte. En todo caso, el occidentalismo tonto y egocéntrico de algunos (hay muchas excepciones, todo hay que decirlo) ha vuelto a dejar su impronta. Unos pocos VIP regresan a su vida de telenovela y de ipad mientras los nepalíes se quedan solos en su infierno.