Publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento literario de “El Norte de Castilla”, el 23 de mayo de 2015
En una villa situada a mitad de camino entre Lausana y Ouchy, a orillas del lago Ginebra, se escucha un disparo. La víctima, junto a su cama, con el revólver en la mano y con la sien derecha destrozada por una bala, es la hermosa condesa Fiorenza d’Arda. Todo apunta a que se trata de un suicidio. Sin embargo, un hombre, amigo de la condesa y enamorado de ella, sostiene que ha sido un asesinato. Comienza así una investigación que el autor pone en manos del juez instructor Francesco Ferpierre. Ante él van pasando testigos y sospechosos. Conocemos al príncipe Alessio Petrovich Zakunine, un revolucionario célebre en toda Europa, expulsado de Rusia, nihilista y amante de la condesa. También a la estudiante Alessandra Paskovna Natzichev, compañera revolucionaria del anterior. Y, por supuesto, a Roberto Verod, el escritor enamorado de la condesa que sostiene que ella no ha podido suicidarse. Entre interrogatorio e interrogatorio, el magistrado Ferpierre lee con detenimiento el diario de la fallecida mientras intenta localizar a una amiga de la condesa a la que escribió una carta, justo antes de su muerte, que podría aclarar todo.
Es el principio del drama de Ouchy. Ferpierre deja hablar a los testigos y a los sospechosos a la vez que trata de profundizar en el sentido de las palabras que había escrito la condesa en su diario uniéndolas para poder así reconstruir la historia intima. El caso, en un principio, parece claro: un desengaño sentimental y un intento por parte de la condesa de reconvertir al amante (el revolucionario y mujeriego Zakunine). Sin embargo, en vez de curar al enfermo, la condesa se había contagiado de su mal. Para mayor desgracia (o no) aparece un segundo amor que, según su particular forma de entender la vida (muy recta y religiosa) no fue motivo de esperanza sino de desesperación ya que le hizo comprender que el amor no es eterno sino efímero. Así que Ferpierre piensa, tras escuchar a los testigos y leer el diario, que el suicidio fue la única solución a la desventura de la condesa. Pero, ¿las cosas son tan sencillas? ¿Zakunini y la nihilista no habrían regresado con el fin de apropiarse del dinero de la condesa? ¿A Zakunini le atormenta la injusticia de la acusación o el remordimiento del delito? ¿Es creíble que una mujer tan religiosa como la condesa d’Arda pudiera tomar la determinación de acabar con su vida?
“Estremecimiento” apareció por primera vez en forma de serial en el “Corriere della Sera”, entre noviembre de 1896 y enero de 1997. A De Roberto le encantaba la experimentación y deseaba escribir una novela diferente. Su aspiración, como la de tantos otros exponentes de la alta literatura, era acercarse a la gente sin dejar de escribir una auténtica obra de arte. Intentar conciliar las dos cosas. De Roberto llegó a decir que la intención de su novela por entregas era complacer a la audiencia femenina que había sucumbido a las novelas de Collins y Conan Doyle. Suponemos que le horrorizaba el éxito de aquellas novelas policiacas a las que, sin duda, les faltaba el prestigio del tedio. La solución quiso encontrarla el bueno de Federico de Roberto en “Estremecimiento”. Para ello echó mano, quizá maniatado por esa obsesión de algunos en relacionar una gran novela con su ilegibilidad, del psicologismo de Paul Bourget, tan en boga en aquellos años. Así, el misterio y la historia quedan relegados en la novela a un segundo plano en favor de la indagación psicológica y del obsesivo buceo en las profundidades del alma humana. “Estremecimiento” es una buena novela pero se acerca más a una novela de tesis o a un ensayo analítico que a una auténtica novela policíaca. Dicen que es un precedente de la gran novela negra italiana del siglo XX. Y lo será. Dicen que el magistrado Ferpierre, a pesar de que no se luce precisamente en la resolución del caso, es uno de los primeros ejemplos de grandes detectives de la literatura. Probablemente. Pero uno, que es muy básico, sigue teniendo en los altares a Wilkie Collins y a Conan Doyle. O, dicho de otra forma, “Estremecimiento” te deja frío y algunos preferimos seguir abrasándonos en las calderas de los populares Doyle y Collins.