‘Habitación 221’ es una narración de 98 páginas en la que la acción se expresa a través de sus protagonistas. La importancia del diálogo le da un aire teatral. Roldán se considera deudor de los escritores estadounidenses así como denota la influencia del jazz y del cine.

Es verano; en un idílico hotel de una zona costera indeterminada, dos parejas jóvenes entablan amistad de una manera casual. Según transcurren los días surge una complicidad creciente avivada por conversaciones, cenas, alcohol y algo de marihuana. Pero bajo la superficie del encuentro late una motivación oscura y calculada, un juego sádico y minucioso en el que los verdugos se obligan a respetar unas reglas estrictas que acaso concedan a las víctimas una oportunidad de escape.

Esta nouvelle de Eduardo Roldán enlaza magníficamente con algunas memorables novelas cortas que forman parte de mi particular ideario literario. Edgar Allan Poe hablaba mucho del efecto único. Lo aplicaba especialmente para la poesía pero la prosa no quedaba excluida de su particular teoría: “Si una obra literaria es demasiado larga para ser leída de una sola vez, preciso es resignarse a perder el importantísimo efecto que se deriva de la unidad de impresión, ya que si la lectura se hace en dos veces, las actividades mundanas interfieren destruyendo al punto toda totalidad”. 

Con “Habitación 221” tenemos asegurado el efecto único. O, dicho de otra forma, “Habitación 221” se puede y se debe leer de un tirón. Además, la propia historia obliga a ello al lector porque cuando comienzas la lectura ya lo único que deseas es saber qué sucederá con las dos parejas que protagonizan la novela.

Relato muy fluido, muy interesante, casi excitante y tremendamente dinámico por los diálogos. Y muy, muy visual. Yo me estaba imaginando perfectamente la película, o en su defecto la obra de teatro. Además, estamos ante un maravilloso juego. Adoro los juegos. Y “Habitación 221” es un juego fantástico. Un juego como artefacto literario y un juego por la historia de juego que se esconde en las bambalinas. Como muy bien dice Eduardo Roldán: “cada juego tiene sus reglas y en manejarlas está la belleza”. Amén.