23 días de diciembre de 1941. Ese es el tiempo que transcurre en la novela. El primer día, el 6 de diciembre, aparecen destripados en su domicilio, en lo que parece un ritual seppuku, todos los miembros de una familia de origen japonés, los Watanabe. Al día siguiente, los japoneses atacan Pearl Harbour. La locura comienza, y en ella James Ellroy se encuentra como pez en el agua. Locura racista. Locura de guerra. Miedo, sospecha, histeria antinipona. Presencia de submarinos junto a la costa. Apagones de luz para dificultar los ataques enemigos. Redadas en Little Tokyo. Paranoia a flor de piel. Policías corruptos. Espías, eugenistas, polis mexicanos, bandas de chinos, estrellas de cine, quintacolumnistas, sexo, mujeres, crímenes, política, poder, corrupción, asesinos, drogas, cirujanos perversos, seres movidos por instintos primarios que ven en la guerra la posibilidad de un negocio, robo de propiedades a los japoneses que viven en EEUU, internamiento de todos ellos en campos de concentración, proyectos de películas porno rodadas por presos japos, posibilidad de realizar operaciones quirúrgicas a mujeres para que se parezcan a estrellas de cine… Una locura total en manos del mayor perro de las letras. Con Perfidia, Ellroy inicia lo que ha querido llamar el Segundo cuarteto de Los Ángeles (el primero estaba formado por La dalia negra, El gran desierto, L.A. Confidencial y Jazz blanco). Si a ello unimos la monumental Trilogía Americana (América, Sangre vagabunda y Seis de los grandes) nos quedarán una serie de once novelas que abarcarán desde 1941 a 1972; es decir, un gran fresco de 31 años de Historia del crimen y la corrupción norteamericanas. Por supuesto, lo mejor de ello es que muchos personajes saltan de una novela a otra. Perfidia sería la primera novela cronológicamente hablando de este proyecto y en ella aparecen algunos viejos conocidos de las novelas de Ellroy, aunque aquí sensiblemente más jóvenes. Dudley Smith, irlandés, católico, corrupto, violento, brutal, expeditivo y sin escrúpulos, drogadicto, ladrón y mujeriego, un personaje monstruoso que se alía con la mafia china, que oculta y manipula pruebas, que mata japoneses a sangre fría. Un hombre violento, terrible y malvado pero también sensible y enternecedor en algunos aspectos, sobre todo en su relación con su hija, el amigo de ella y su amada Bette Davis. Frente a él, frente a un policía corrupto, otro policía corrupto: William H. Parker, aspirante a jefe de la policía de Los Ángeles, alcohólico, ambicioso, católico fanático, moralista, calculador y obsesionado con Kay Lake, la mujer fatal, inteligente, aventurera, promiscua, novia de un agente de policía, Lee Blanchard, exboxeador traumatizado después de que violasen a su hermana por un descuido suyo. Junto a ellos la aparición estelar de Hideo Ashida, forense, licenciado en Stanford, cerebro privilegiado, inteligente, brillante, astuto y homosexual que acaba corrompiéndose por pura supervivencia. Hay muchísimos más personajes y muchísimas más historias. Quizá, excesivas. Todo en Ellroy es excesivo. Y desquiciado. Y duro. Y complejo de leer. A veces te da la sensación de que el propio autor te está enredando en una maraña para volverte loco. Oscilas entre el éxtasis y la desesperación pasando las páginas dopado de benzedrinas, como algunos de los personajes. Leer una novela de James Ellroy es lo más parecido a subirte a un ring de boxeo. Porque Ellroy escribe a puñetazos, con un ritmo endiablado, apabullante. Sin descanso, sin tregua. Sus novelas son desquiciadas. Y tú acabas desquiciado. Sin embargo, y no sabemos cómo lo hace, cuando, completamente exhausto, terminas la novela te das cuenta de que acaba de parir otra puta obra maestra.