Publicado en El Norte de Castilla el 3 de febrero de 2017
“La edad de oro” es la hipnótica y memorable película dirigida por Luis Buñuel en 1930, una obra maestra del cine, un símbolo de las vanguardias y una de mis mayores debilidades. En homenaje a ella, apareció a comienzos de los ochenta un mítico programa de televisión donde se divulgaba la música y las tendencias culturales emergentes. Durante esta semana todos hemos recordado “La edad de oro” tras la muerte de Paloma Chamorro, su directora, presentadora e imagen icónica con su melena imposible, sus labios rojos y sus entrevistas locas. Cada martes muchos éramos los que trasnochábamos, bajando el volumen del televisor para no molestar a nadie en casa, y nos asomábamos a un universo desconocido y transgresor. “La edad de oro” no sólo fue el programa más influyente e iconoclasta de los ochenta. También fue la ventana de oxígeno que nos sirvió a muchos jóvenes para respirar y hacer acopio de referentes culturales. El programa fue escaparate de todas las nuevas tendencias musicales, pero también fue plataforma de lanzamiento de pintores, fotógrafos, cineastas y artistas de todo tipo y condición. Allí conocimos los primeros pasos de Miquel Barceló, de Mariscal, de Ouka Leele, de Keith Haring, de la Fura dels Baus. Su seña de identidad era la música y en aquel programa se vieron cosas que nunca se habían visto y que no se volvieron a ver. Allí podía suceder de todo. Entrevistas anárquicas sobre cojines aparatosos, un tierno Almodóvar gritando que su droga favorita era el “angel dust” o el cantante de The Lords of the New Church bajándose los pantalones en mitad de la entrevista. Dobletes de directos a larga distancia. The Smiths ante 300.000 personas. El primer concierto de Golpes Bajos, Durruti Column haciendo llorar de emoción a la presentadora, Violent Femmes, Lou Reed, The Residents, Nick Cave, los comienzos de Radio Futura, La Mode, Dinarama, Loquillo. La lista sería interminable. Muchos han hecho historia, otros se quedaron en el camino. Algunos fueron flor de un día. Tuvimos al menos la ocasión de estar presentes ese día. “La edad de oro” era espontaneidad, caos, vanguardia; era rompedor, necesario, festivo, anárquico. Es imposible que hoy en día pudiese existir un programa similar. Con toda seguridad acabarían todos en la cárcel. Todo eso es lo que hemos avanzado.