Publicado en El Norte de Castilla el 17 de febrero de 2017
En esta semana de San Valentín, de romanticismo a flor de piel, hay que romper una lanza por los viejos románticos, esos que siempre nos han parecido algo cursis y ñoños. Lo hacemos, además, en el año del bicentenario de Zorrilla. ¿Eran cursis y ñoños Espronceda, Bécquer y compañía? A veces se nos olvida que el Romanticismo, aquel movimiento cultural del siglo XIX que daba prioridad a los sentimientos, surgió como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Neoclasicismo. Escarbando un poco en la vida de nuestros románticos más famosos, alguno quizá se lleve más de una sorpresa. Muchos de ellos coincidieron en la Partida del Trueno, una pandilla de jóvenes calaveras que reventaban todas las fiestas a las que asistían, subiéndose a las mesas, brindando por la República y por la destrucción de los tronos, seduciendo a mujeres casadas, apaleando maridos, rompiendo cristales y cometiendo mil desafueros más. Espronceda fue carne de barricadas en las revoluciones de Lisboa y París y anduvo metido en duelos y en múltiples líos de faldas, desde el famoso rapto de Teresa Mancha a su loca aventura con Carmen de Osorio, “la generala”, famosa en todo Madrid por su conducta frívola. Larra, también enredado en algún duelo, se enamoró de una mujer que resultó ser la amante de su padre. Bretón de los Herreros perdió el ojo izquierdo en un duelo a espada. El famoso actor Julián Romea sostuvo un duelo con un crítico que le había puesto a caldo pero, como era un desastre con la pistola, al que mató por error fue a uno de sus padrinos. Carolina Coronado tenía una especial obsesión con la muerte. La escritora padecía catalepsia y llegó a ser dada por muerta en más de una ocasión, “resucitando” en su propio funeral. Tan obsesionada estaba que no dejó enterrar a sus hijos (uno fue emparedado en la Almudena y otro quedó en una urna de cristal en un convento). Además, al morir su marido lo mandó embalsamar, lo empezó a llamar “El silencioso” y a enseñarlo a las visitas. ¿Quién dice ahora que los románticos eran aburridos? Eso sin hablar de Bécquer. De su amor imposible, de los cuernos que le puso su mujer con un bandolero famoso y de las acuarelas pornográficas que pintó junto a su hermano en las que ponían a la reina Isabel II mirando para Cuenca, hablaremos en otra ocasión.