Publicado en El Norte de Castilla el 26 de mayo de 2017
Enrique Alonso nos habló el pasado viernes del fascinante y, por desgracia, desconocido mundo de la novela popular de principios del siglo XX. La excusa fue la presentación de su libro “Algo más que palabras” donde reflexiona de forma inteligente y entusiasta sobre una serie de escritores, de gran fama en su momento, que consiguieron que la gente de clase baja se enganchase a la lectura acercando las tramas de sus novelas a los problemas cotidianos. Hablamos de unas novelas entretenidísimas que, a diferencia de otras circunspectas y tediosas, conseguían que los lectores se identificasen con las aventuras de los protagonistas; hablamos de autores que supieron atraer al público con sus historias y su estilo sencillo, algo que les alejó para siempre de los panteones de la alta literatura; hablamos de autores adorados por la gente y que no merecieron la atención de una intelectualidad pedante y guay, autores ignorados y menospreciados, toda una generación inmolada por críticos con pretensiones de trascendencia. Nada nuevo bajo el sol y menos en este país donde ha quedado entronizado el menosprecio y el reconocimiento tardío. Enrique Alonso nos deja un ramillete de encantadoras anécdotas que le sirven para homenajear a aquella literatura. Por ejemplo, Joaquín Belda, uno de los novelistas más famosos de la época, contestando a la pregunta de si le gustaría ser académico: “¡Ni en broma! ¡Con lo que tengo yo que hacer los jueves por la noche!”. O el caso Eslava, convertido en subgénero literario y en el que intervinieron, con una muerte por medio, algunos de estos autores. O la historia del rocambolesco Antonio de Hoyos y Vinent, sordo, marqués, dandy, una loca con inclinación a efebos obreros, antihéroe decadente y alma mater de una troupe degenerada (con la bailarina Tórtola Valencia, la condesa Gloria Laguna y el dibujante Pepito Zamora entre otros) que escandalizaba a la gente bien de la época. Todos ellos fantásticos novelistas a descubrir, al igual que otros que pusieron de moda la llamada literatura de media tostada: Manuel Bueno, Juan Pujol, Colombine, Emilio Carrere, Margarita Nelken, Felipe Trigo… Dice Enrique Alonso que aquellos libros eran algo más que palabras. Y es cierto. Fueron un símbolo, un sueño y una vía de escape para varias generaciones. Aquí nos quedamos en el desprecio y en el olvido.