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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

PÍO XII, LA ESCOLTA MORA Y UN GENERAL SIN OJO

umbralNuevo capítulo de las gozosas y memorables memorias que Francisco Umbral fue escribiendo a lo largo de muchas de sus novelas. De todas ellas, las más interesantes, por motivos obvios para el que esto escribe, son las crónicas magistrales de la adolescencia en la provincia de tedio y plateresco, o sea Valladolid. Memorias de pubertad, anatomía de un adolescente cultural donde se reconstruye el hombre que luego fue Umbral. Memorias trufadas de ensayismo y lírica. Memorias y esperpento, memorias ficcionadas, ficción en forma de memorias. Memorias de la pequeña ciudad castellana en los años posteriores a la guerra civil, memorias de la provincia con dos ríos (uno de izquierdas y uno de derechas), memorias de una ciudad donde todo tenía prosapia, hasta las putas. Unas memorias en las que aparecen continuamente lugares reconocibles y personajes más o menos famosos en la intrahistoria local (el fotógrafo Cacho, el pintor Capuletti, el cronista local Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña). Unas memorias en las que el Umbral joven, transfigurado en el monaguillo Francesillo (personaje de raigambre picaresca recurrente en su obra) nos confiesa sus lecturas de joven de Salgari y de novela policiaca (Edgar Wallace, Maxwell Grant o Harry Stephen Keeler).

En “Pío XII, la escolta mora y un general sin ojo”, finalista del Premio Planeta 1985, Umbral mezcla en su coctelera prodigiosa lo irónico, lo rocambolesco, las apariciones religiosas y las incursiones de personajes históricos. Por allí aparecen San Gabriel Arcángel asistiendo a conspiraciones nocturnas, unos Millán Astray apócrifos y múltiples, un Pio XII que se aparecía mucho por la ciudad, igual que se aparecía la Virgen de Fátima, un San Pedro de Arlanza bajando de su hornacina de la sacristía, una muerta saliendo de su ataúd de cristal y asistiendo a saraos además de un prodigioso desfile de amigos, escarceos amorosos, prostitutas, santos y conspiraciones. Y como todo vale en Umbral, el monaguillo Francesillo interrumpe sus lecturas del 27, sus diarios íntimos y su correspondencia sentimental con Hedy Lamarr para darse un garbeo por el cielo (su parroquia, provinciana y tardobarroca, convertida en metáfora del cielo) y descubrir que en la tierra se encuentran los mismos amigos duplicados que en el cielo, descubrir que el cielo no es sino una gran melancolía de la tierra, la caverna platónica a la inversa, un cielo que es un poco como el de la Comedia de Dante. En fin, que ni siquiera un Francesillo tirándose a su Ángel de la Guarda en su particular cielo de la iglesia provinciana abandona su sueño de ser escritor y triunfar en Madrid. Y ya sabemos lo que pasó…

 

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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