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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

HIJO DEL LAOCOONTE

sacrificioisaacPublicado en El Norte de Castilla el 6 de octubre de 2017

“Toma a tu hijo único, al que tanto amas, y ofrécelo en holocausto”. Génesis 22. No hay amor en la muerte, como dice Martín Garzo. El tormento. La perplejidad. El sacrificio. El conflicto entre amor y deber, entre ley y amor. ¿Elegir la ley y olvidar la concordia? Tal vez, el principio de la pérdida del honor. Es cierto que concordia y ley deben ir de la mano pero la ley tiene que desaparecer en caso de elegir. El sacrificio de Isaac, o sea. Una obra maestra. Una obra premonitoria. Una obra simbólica. Alonso Berruguete recogiendo en Italia el fuego de la Antigüedad clásica o, dicho de otra forma, el Laocoonte pasado por la túrmix de la Inquisición española. Todo ello para recordar que continúa abierta la exposición dedicada al Berruguete más pagano, una cita imprescindible para comprender al artista que introdujo el Renacimiento en España. La temprana muerte de su padre, el pintor Pedro Berruguete, empujó a Alonso a marchar a Italia con apenas 17 años. Al poco de llegar, es testigo de lo que muchos consideran el momento fundacional del Renacimiento: el hallazgo en una villa romana del Laocoonte, el grupo escultórico del sacerdote troyano castigado por los dioses a morir estrangulado por serpientes junto a sus dos hijos. Dado el fervor suscitado por el descubrimiento, se organizó un concurso entre algunos de los más importantes artistas italianos y el mismísimo Rafael invitó al joven español. Alonso Berruguete no ganó el concurso (lo hizo Sansovino) pero con sólo 20 años empezó a codearse con los mejores, entre ellos Miguel Ángel. Cuando regresó a Castilla, con 30 años, lo hizo con la maleta cargada de ninfas y faunos, de seres clásicos y mitológicos. Pero, sobre todo, con el Laocoonte cosido a fuego en su alma pagana hasta el punto de pasarse el resto de su vida recreando el rostro doliente y el grito de Laocoonte. Cambió el mármol por la madera policromada pero nunca abandonó el empeño experimental y el gusto por traducir al lenguaje bíblico los gestos y el desgarro de las figuras mitológicas. Se convirtió en el primer moderno y siguió esculpiendo gritos e incendiando la escultura de su tiempo. Perfeccionó la veta brava espagnola, impulsó el latido moderno, se recreó en la mitad oscura de los hijos de Laocoonte. Para muchos, todo comenzó con Berruguete.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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