Publicado en El Norte de Castilla el 20 de septiembre de 2019
Se ha estrenado casi de incógnito, de contrabando, sin luz ni taquígrafos. Con solo una sesión y, probablemente, con los días contados. Se trata de un documental. No es, claro, una película de superhéroes aunque lo protagoniza casi un dios. De Filipinas y trovador de Madrid. Si hubiese nacido en Nueva York tendría un Nobel. Auterretrato de un artista del Renacimiento. Un Leonardo da Vinci con guitarra. Luis Eduardo/Leonardo Aute. Al ritmo impuesto por algunas de las actuaciones del concierto homenaje “Ánimo, animal”, entre múltiples apariciones de amigos e imágenes de archivo de Aute, asistimos a una emotiva anatomía/disección del genio. Hablamos de un artista global, excelente pintor, autor de canciones que forman parte de la memoria sentimental de varias generaciones, poeta maravilloso, sensible cineasta, místico carnal, un ejemplo de coherencia artística. Un hombre entregado por completo a la creación, alguien aquejado del síndrome de Peter Pan que tan solo quiere seguir jugando. Un vanguardista y un revolucionario. Un artista avant la lettre. Alguien que ha hecho toda la vida lo que ha querido. Cuando no quiso cantar en directo, no cantó. Cuando quiso publicar discos difíciles e imposibles, aunque la discográfica se echara las manos a la cabeza, lo hizo. Cuando nadie sacaba discos con colaboraciones, él abrió el camino. Cuando ningún cantante editaba libros de poemas, él lo hizo. Cuando quiso retirarse cinco años para hacer 5000 dibujos a lápiz para una película, lo hizo. Cantó al sexo oral, al poliamor, al onanismo, a lo que le dio la gana. En sus canciones/poemas había algo de sagrado y blasfemo a la vez. No le importó hacerse un harakiri y publicar un disco suicida articulado en contra del sistema. Ahora “Templo” es un disco de vanguardia. Quizá el mejor de toda la historia de la música española. Un viaje del erotismo a la mística. San Juan de la Cruz pasado por la túrmix del marqués de Sade. Todo en Aute huele a sexo y a Dios. Libido y Dios es lo mismo. Aute lo llama Libidios. Su obra es como la Capilla Sixtina. Un monumento a la carne. De hecho, no hay nada menos místico. O quizá sí. Desde que en 2016 sufrió un infarto y estuvo dos meses en coma no sabemos nada de él. Trabajaba en un disco (“El bosque no nos deja ver el árbol”) y, aunque tenemos sus canciones, le echamos de menos. Nos sigue haciendo todavía mucha falta y no queremos esperar más para volverle a ver. Decir espera es un crimen. O sea.