Publicado en El Norte de Castilla el 25 de octubre de 2019
Es como el día de la marmota pero a 24 fotogramas por segundo. De nuevo la Seminci. De nuevo los besos, el espejo pintado del cine al rescate y una Semana con más de 270 películas esperándonos en las salas oscuras. Ya son 64 ediciones. Todas con su pequeña historia. Lo podemos ver en el CC Bailarín Vicente Escudero donde se expone estos días una muestra de los carteles de la Seminci. Todos dejándonos un pellizco de nostalgia. Recuerdos perdidos que nos trasladan a algún momento especial de nuestra vida. Al principio, hasta el año 1973, la Seminci fue la Semana de Cine Religioso y de Valores Humanos, y aquellos primeros carteles supieron reflejar la peculiaridad del festival. Por ejemplo, los de las dos primeras ediciones enarbolan con orgullo unas cruces que, vistas hoy en día, dan un poco de grima, con algo de El exorcista y de Vía Crucis sangriento. En las siguientes ediciones, los carteles se olvidaron de las cruces y, ya en los últimos años de esta primera parte de la historia semincera, aparecen algunos muy interesantes, uno de ellos un ojo flanqueado por dos trozos de celuloide que recuerda el icónico ojo de El perro andaluz y preludia, sin duda, los labios de Manolo Sierra. Es el momento de algunos carteles muy op-art, muy Vértigo, muy Saul Bass. Con el nuevo nombre de la Seminci empieza otra época, con colaboraciones de pintores y cartelistas de renombre (Renau, Criado, Gaona, Cuadrado Lomas, Jorge Vidal) que otorgan categoría y prestancia al festival, hasta que en 1984 Sierra nos regala los míticos labios que se convierten, de inmediato, en el logo, imagen, santo y seña de la Seminci. Tras varios carteles con el sello inconfundible de Sierra, además de algunos otros no especialmente memorables, entramos en el nuevo siglo utilizando durante unas ediciones carteles con obras de artistas famosos. De Edward Hopper, de Miquel Barceló o de Williamm Roberts, por ejemplo. De la Tate londinense a las calles de Pucela. En los últimos años los carteles han sido elegidos en concurso abierto con desigual fortuna. En fin, toda una historia del pucelanismo vía cinematógrafo. De la cruz altiva y tétrica del primer cartel a la S gigante en plan Superman, como una explosión de colores a brochazos, del último. Una vida entera reflejada en unos carteles de cine. El ojo en el corazón de un poeta acariciándonos el alma. Cada año un nuevo soplo de vida. Que siga la fiesta.