Publicado en El Norte de Castilla el 9 de abril de 2020
En 1987 Luis Eduardo Aute se hizo un harakiri publicando “Templo”, un doble LP suicida articulado en contra del sistema, un disco maldito, inconcluso y, quizá, el más asombroso, vanguardista y memorable no solo de Aute sino de toda la música española. Un disco conceptual y experimental que ponía música a un poemario editado el año anterior y se complementaba con una exposición de pintura. “Templo” es un monumento a la carne, la Capilla Sixtina a 33 rpm, un universo erótico-religioso con múltiples referencias a textos evangélicos, un auténtico canto de amor y erotismo tomando como base la liturgia de la misa cristiana, un sensual Vía Crucis con Aute convertido en nazareno de la Semana Santa. La Semana Santa más triste. Sin salir. Sin procesiones. Sin Aute. Pero con su Evangelio en llamas enseñándonos lo que tenemos que hacer. Al fin y al cabo sus himnos, sus canciones y sus poemas son la mejor droga para el desasosiego y para la saudade. Aute, hombre del Renacimiento, mago onírico y fantástico, creador, hijo bastardo de Cahiers y Marilyn, un tipo lúcido, inteligente, existencialista y comprometido que nos enseñó que la única válvula de escape en estos tiempos de desamparo y confusión es el amor. En medio de la intemperie, buscar el abrazo como último refugio. Nuestra única esperanza consiste en ir al encuentro de las luciérnagas que iluminan el sueño de Peter Pan, en hacer acopio de fusiles que disparen girasoles, en esperar la lluvia para mojarnos como se mojan los besos. Lo dicho, continuaremos en la trinchera con un beso por fusil.
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