Hablar de El último de la fila es hablar del grupo que más huella ha dejado en varias generaciones españolas, sin duda el mejor de las dos últimas décadas. “Como la cabeza al sombrero” es, tal vez, su álbum más redondo, aunque yo tengo especial predilección por esta “Astronomía razonable”, inolvidable para mí por su concierto en directo (allá a finales del 93 en el viejo Huerta del Rey, con escenario diseñado por Els Comediants, con mantos de estrellas, fuegos ficticios y signos de astronomía), por lo que representó en mi vida, por el mundo, las sensaciones, los sentimientos y las ilusiones que albergaba entonces. En “Astronomía razonable” nos encontramos con todos los estilos que Manolo García y Quimi Portet han ido fusionando a lo largo de su carrera, un pop-rock mestizo personalísimo, con toques árabes, con voces aflamencadas y con unas letras trabajadas y poéticas sin parangón en la música moderna. Letras evocadoras que combinan lo real con lo onírico, lo material con lo espiritual, la magia con la mística, eso sin abandonar el humor que destilan algunos himnos del grupo (Como un burro amarrado a la puerta del baile). Entre mil y un acordes mágicos, sobresalen especialmente las baladas: “Lápiz y tinta”, “Mar antiguo” o “Piedra sobre piedra”. De todas formas, me quedo con “Cosas que pasan”, mi canción preferida de “El último de la fila”, un poema aflamencado con toques de reggae capaz de ponerte los pelos de punta, sobre todo cuando Manolo García se arranca con aquello de: “deseo de tus noches mientras duermes, deseo de tu latir y de tu aliento, y al abrigo de tus besos adentrarme en un camino que tras de mí se borre”. “Astronomía razonable” es eso y muchas cosas más. Es la bendición del desorden lunar, es la plata de tu risa, es el yunque de mi obsesión, es pacer en el radiante azul del ayer, es divagar en las calderas del sueño, es regresar a la noche marroquí de tus besos, es bañarnos en la luna de Escorpio, es recogernos en la templanza de la tregua que nos da la anestesia del recuerdo. Darnos cuenta, en fin, del tiempo que perdemos de forma absurda hundidos en la despreciable prosa. Comprender que la vida es poesía y que sólo así tiene sentido.