Publicado en El Norte de Castilla el 13 de agosto de 2020
En nuestra época Sócrates no habría echado mano de la cicuta. Sócrates se habría levantado directamente la tapa de los sesos. Hoy tendría que luchar contra demasiados enemigos y se habría vuelto loco al ver a los dioses ancestrales correteando por los callejones de bits. No tendría que torear con un discípulo chismoso. Tendría que hacerlo con una red infinita de enredadores más o menos maledicentes. Cuenta la leyenda que un discípulo se acercó a Sócrates para decirle que había escuchado algo malo sobre él. El maestro le preguntó si estaba seguro de que lo que le iba a contar era cierto. El discípulo dudó porque era algo que había escuchado por ahí. Sócrates le preguntó entonces si lo que iba a decirle era algo bueno. El discípulo ahora no dudó: “No, maestro, es algo que le causará malestar y dolor”. Sócrates sonrió y preguntó si lo que le iba a decir le podría resultar útil. El discípulo negó con la cabeza y el maestro concluyó: “Si lo que deseas decirme no sabes si es cierto, no es bueno y no me es útil, ¿por qué me lo quieres contar?”. Alguien más bruto le habría dicho: “métete el chismorreo por el orto”. Los tres filtros de Sócrates: la verdad, la bondad y la utilidad. Algo que tendría que ser de obligado cumplimiento hoy en un mundo en el que la gestión de odio que se hace en las redes sociales es repugnante. Ya saben: no compartir mierdas que no sabemos si son verdad y no mandarlas a grupos de whatsapp de amigos. Aunque, bien pensado, Sócrates sólo era un filósofo. En nuestro tiempo hay faros más luminosos. Ana Rosa, Trump y compañía. Sigamos su luz.