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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

EL MISTERIO DE LOS CINCO ASESINOS

Cuarta de las novelas protagonizadas por Víctor Vital. La huella, 10, Bruguera, Barcelona, 1944.

Julien Vernay, el Casanova de las boites de nuit, ha dejado los bajos fondos y ahora se mueve con desparpajo por los salones más aristocráticos de París. De camello a gigoló en un viaje que le ha resultado muy productivo. Ahora quiere ascender todavía más en la escala social y piensa casarse con una dama que le va a permitir el salto. Antes de hacerlo, debe cerrar varios “negocios”. Se reúne con cinco personajes en un apasionante y originalísimo comienzo formado por varias secuencias temporales en el que Debrigode nos mostrará, de forma velada, a los posibles asesinos, ya que dicho capítulo termina con uno de ellos junto al cadáver de Vernay y con el arma del crimen en la mano. Estamos en plena Navidad. A Víctor Vital le piden discreción ya que el finado ha sido amante de Nina de Morny, mujer muy influyente y amiga del comisario. Vital descubre una nota donde están apuntados los nombres de varias personas con las que esa misma tarde debía entrevistarse el asesinado. En la inspección de la casa descubre, además, otro cadáver. Se trata de Paulette, una de las amantes de Vernay.

Muy pronto, nuestro policía favorito recibe una inesperada ayuda en la investigación. Un militar retirado y enfermo se entretiene vigilando con un catalejo la casa de Vernay. Su nieta, una cría muy despierta a la que el anciano cuida, describe (a su manera) a todas las personas que entraron la tarde del crimen en la casa de Vernay. “Mientras apuraba el cointreau sonrió Vital, irritado. Demasiadas visitas y demasiados presuntos asesinos. Él solo pedía uno, y le ofrecían cinco posibles asesinos”. De esos cinco posibles asesinos iremos conociendo detalles. Algunos parecerán más sospechosos. Otros, en cambio, quedarán descartados pronto. Especialmente el marido de Paulette, la mujer asesinada, quien confiesa que acudió a la casa esa tarde, pero jura ser inocente. Cuando conoce la muerte de su esposa, se suicida. Las pistas se centran en Raoul Dur, “El pelirrojo”, un traficante de drogas que visitó a Vernay esa misma tarde. Todo parece indicar un problema de drogas y de ajuste de cuentas entre ambos. De hecho, Vital ordena detenerlo. Mientras tanto, dos hermanos están en el punto de mira. Ella parece que pudo asesinar al gigoló y su hermano, para protegerla, se declara culpable. Sigue, al pie de la letra, las recomendaciones de su abogado Raymon Fresne. Por si fuera poco, sabemos que Nina de Morny también tenía lazos con el asesinado ya que la proveía de cocaína. Y también tenía lazos con Vernay el militar jubilado. Le vigilaba habitualmente porque era el encargado de suministrarle estupefacientes para aliviarle de sus dolores. Todo esto lo sabemos en la habitual reunión de sospechosos que establece Víctor Vital al final de sus investigaciones. En este caso dicha reunión tiene lugar el día 25 de diciembre y será, como siempre, una fuente inagotable de sorpresas…

Como ocurre con todas las sagas, el mayor atractivo sigue siendo el observar cómo la personalidad de Victor Vital va ganando en profundidad psicológica. Se repiten detalles en torno a él de anteriores novelas, pero también vamos conociendo otras cosas. Ya es un personaje para nosotros tan querido como conocido. Podemos imaginarle perfectamente cogiendo del perchero su gabardina y bufanda. Colocándose el sombrero de fieltro. Vistiendo ropa de sólido paño, bien cortado. Con sus inconfundibles gafas pince-nez de cristales azules con arcaica montura de oro. Alto y fuerte, rondando la cincuentena. Un tipo que parece un profesor de instituto con ribetes de rentista. Y que posee, como dice una de las protagonistas, unos ojos grises, suaves, sabios; unos ojos que “tienen dureza penetrante cuando miran sin creerse observados, resultando inquisitivos, amablemente inquisitivos, como los de un cardenal veneciano”. Víctor Vital pertenece a la BIC, Brigada de Investigación Criminal, pero ahora sabemos, además, que estuvo antes en la Brigada de Tóxicos, algo que le vendrá muy bien para la resolución de este caso. Sabemos de Víctor Vital que no es un fanático creyente de las reconstrucciones científicas porque hay imponderables que burlan las más científicas deducciones. También que es el máximo exponente del acusador que pide excusas por acusar. Y, por supuesto, que no hay crimen por imposible que parezca que se resista a su fino análisis. “Los crímenes en los que la mentalidad de autor se complace en sembrar vericuetos son los que más pronto conducen a la gran senda de la verdad. Con mi explicación quiero demostrarles que, además de una paciencia ilimitada, poseo una modestia moderada”.

Uno de los aspectos más llamativos de esta serie es la particular relación que mantiene Vital con su jefe, el comisario Fetard. Ante él acostumbra a realizar, como si fuera un campo de pruebas, sus exhibiciones de deducciones milagreras. Al menos eso piensa el comisario: “Empieza el fuego de artificio. El gran Vital viene a asombrarme. ¿Una pista con champaña?”. Al principio, las dudas de Fetard sobre el curso que de las investigaciones lleva su hombre, suelen ser muy grandes y no se molesta en ocultarlas: “Esos razonamientos deductivos a lo Sherlock Holmes son de una precisión axiomática, querido…, cuando son elucubrados por Conan Doyle, que de antemano conocía de qué pie cojeaba el asesino por él imaginado”. Aunque el propio comisario sabe que todo forma parte del típico show que siempre se monta Víctor Vital y conoce de sobra su valía: “Es usted irritante, pero se lo perdono, habida cuenta de lo que vale. Le gusta darme la impresión de que es un náufrago lastimoso para, cuando le ofrezco mi ayuda, reservarse las enérgicas brazadas finales”.

En fin, otra maravilla de Debrigode, con un desarrollo de personajes ambiguos que pululan por varios estratos sociales, desde los bajos fondos hasta los más elitistas salones aristocráticos. Esta diversidad social y el interesante estudio psicológico aportado a algunos de los protagonistas hacen que Debrigode se incline cada vez más por la senda de Georges Simenon abandonando gradualmente la herencia de Agatha Christie, por otro lado todavía muy presente. El viaje que va de Christie a Simenon se hará poco a poco más evidente. Al igual que, en un futuro no muy lejano, se hará evidente el viaje que va de Simenon a los popes de la gran novela negra norteamericana. Por supuesto, volver a agradecer a la Asociación Cultural Hispanoamericana Amigos del Bolsilibro que ha publicado las cinco novelas protagonizadas por Víctor Vital en un único y memorable volumen.

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Debrigode

Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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