Queda bonito que la ciudad se convierta en un inmenso plató de rodaje, en un teatro callejero de indudable atractivo. El pasado domingo, conmemorando el centenario de la Casa Consistorial, muchos vallisoletanos nos subimos en la máquina del tiempo y nos trasladamos cien años atrás gracias al soberbio trabajo de unos trescientos actores perfectamente caracterizados para la ocasión. La calle Santiago y la Plaza Mayor viajaron a 1908 y tuvimos la oportunidad de cruzarnos con vendedores ambulantes, organilleros, lavanderas, veteranos de Cuba, chachas paseando a niños del brazo de un soldado, colchoneros, taberneros, lecheros, voceros de prensa, trileros, barquilleros, nodrizas y criados. Unos charlatanes intentaban vender afrodisíacos, purgantes o crecepelo mientras que algún soldado se esforzaba en reclutar gente para la guerra; unas damas caritativas se mezclaban con cupletistas de vida alegre que piropeaban a los señores; unas vendedoras de manzanas parloteaban con pintores callejeros que alquilaban su pincel; artesanos de la época trabajaban mientras los carruajes de la alta sociedad vallisoletana circulaban a diez metros de ellos; curas y monjas paseaban junto a una manifestación de bañistas que exigían baños públicos El clímax de la lograda representación se produjo con la llegada del rey Alfonso XIII a la ciudad, momento aprovechado por unos trabajadores para reclamar jornadas de doce horas y para exigir que los niños no empezasen a trabajar hasta los trece años. El Borbón, con su característico acento y su aire pánfilo, se daba un baño de multitudes y la ciudad se vestía de fiesta. Una fiesta en el Valladolid del 2008 con las enaguas y el atrezo de 1908. Se agradecen estos regalos. Y la ciudad respondió en pleno y lo disfrutó a lo grande. Incluso a nivel nacional fue portada de noticiarios. De eso nos gusta que se hable y no del nuevo varapalo que ha sufrido el Ayuntamiento de Valladolid al ser declarados nulos la licencia de obras, el proyecto de ejecución y la licencia de primera ocupación del denominado ‘Edificio Caja Duero’. La enésima sentencia contra la gestión de un alcalde que no entendía los argumentos del juez. Los mismos, todo hay que decirlo, esgrimidos por la Federación de Vecinos en el año 2000 cuando advirtieron al Ayuntamiento sobre la ilegalidad que se estaba cometiendo con la reforma del edificio. Un edificio, por cierto, en el que el alcalde (que autorizó las obras cuando era vicepresidente de Caja Duero) posee una vivienda. Aun así, León de la Riva manifestó su sorpresa, se puso bravío («si hiciéramos caso siempre a lo que dicen los vecinos no podríamos haber hecho nada en la ciudad, ni aparcamientos») y ordenó a los servicios jurídicos y de Urbanismo que estudiasen la sentencia. Cómo nos gustaría a todos tener abogados del Ayuntamiento que nos sacaran las castañas del fuego cuando lo necesitáramos. Se desconoce, por cierto, si en la amigable charla del alcalde con el alelado Borbón se trataron temas candentes. Por ejemplo, cosas de la Niña Guapa, de Villa Gaviota, del Plan General de Urbanismo o del oscuro reparto de las VPO. Sospecho que ni al estólido monarca le interesó hablar de las reivindicaciones de los trabajadores del plus ni al alcalde de las sentencias del Tribunal Superior de Justicia. En fin, una foto de cien años en la que el alcalde sale movido. Y de ello no le salva ni el Borbón lelo. Hay cosas que nunca cambian.