“Max saltó dentro de su yate privado. Dijo adiós. Estuvo navegando por un año, entrando y saliendo de las semanas, a través de los días hacia la noche de su propia habitación, donde encontró su cena esperándole. Todavía estaba caliente”. Gracias, señor Sendak, gracias por recordarnos que nunca debemos perder contacto con ese salvaje e indómito espíritu que tenemos dentro. A la fantasía le han dado una buena zurra y el caos se ha hecho dueño de estos tiempos racionales y patológicamente normales. Incluso aquí arriba, en Alaska, le estamos dando la espalda a la bestia. Preferimos ir al zoo, donde el león no puede comerte, en lugar de ir a la jungla, donde sí puede. Qué lastima no ser más valientes.