Forma parte de la memoria personal de millones de personas. Todo empezó en 1984. Un 12 a 1 ante Malta nos permitió ser testigos de la única vez que a José Ángel de la Casa le tembló la voz al cantar un gol. Fue el preludio mítico de una Eurocopa gloriosa, el final de un túnel en el que nos había metido el puto Naranjito y el acostumbrado fatalismo español. Luego, en la final, más de lo mismo. Y así 24 años. Hasta esta Eurocopa a la que llegamos con Luis en la cuerda floja, un poco doña Rogelia (con su eterno chándal de domingo que tanto chocaba con algunos entrenadores de pasarela) y un mucho sabio de Hortaleza, aunque sólo fuera por haberse empeñado en formar un grupo unido. Críticas y presiones mezquinas no amedrentaron al abuelo. Era el eslabón imprescindible para que la generación de jóvenes ganadores diera un puñetazo encima de la mesa. Los chicos del tenis, del ciclismo, del motociclismo, del automovilismo, del baloncesto o del balonmano ya habían cumplido. Sólo los futbolistas nos estaban fallando.
España llegó a la final bailando bajo la lluvia. En el camino quedaron la campeona (una Grecia más rota que el Partenón), la Suecia del gran Ibrahimovic, el catenaccio mezquino de Italia y la Rusia del Romario de las estepas, el anárquico Arzhavin. Sólo faltaba la apisonadora alemana. Era la final más esperada. La bella contra la bestia. La magia impredecible de los locos bajitos frente a los ‘robocops’ alemanes. Los pitufos contra las torres teutonas, la imaginación contra la fortaleza, el juego de cartabón y escuadra contra el destino.
Muchos lo teníamos claro. No había color entre un tiparraco como Lehmann (escocido suplente de Almunia en el Arsenal) y el ‘gentleman’ Casillas que no sólo tiene una flor en el culo sino que para como los ángeles. O entre un sobrevaloradísimo Ballack y un Xavi que, de llamarse Xavinho o Xavinovic, habría sido declarado mejor jugador del mundo hace años. ¿Qué tienen que envidiar los Puyol, Villa (el verdadero 7 de la Roja), Torres, Cesc o Iniesta a tipos de nombre impronunciable con un juego más previsible que el trailer de una película porno? La tan ensalzada como improductiva furia española ha dejado paso al tiki-taka, a jugadores con frac y vergüenza torera. Viena, la capital de la música, ha asistido atónita a un concierto de filigranas, a una imperial sinfonía de pases, ingenio, remates e inspiración, a una España salvajemente desatada.
Quedarán siempre en nuestra retina momentos inolvidables: las lágrimas de Villa, los abrazos del banquillo, la figura del arquero de Güiza, Torres elevando sutilmente el balón sobre la salida de Lehmann, Ramos con la camiseta del llorado Puerta o Palop con la del mítico Arconada. La selección de la Ñ, los jugones que más rápido y mejor tocan la pelota, han pasado ya a la historia y se han apropiado de la estrella que siempre se nos negó. Arconada ha sido vengado.
Es hora de incendiar la noche. Vamos a bebernos toda la cerveza alemana que podamos y, de paso, intentar consolar a alguna alemana. Y como el pan y el circo en este país siempre han funcionado muy bien me imagino que la crisis (o la desaceleración económica) se irá al carajo. Aviso para jefes: mañana no vamos a trabajar.