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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

¡ESPÉRAME EN SIBERIA, VIDA MÍA!

Continuamos con el efervescente plan de este verano: leer las cuatro novelas de Jardiel Poncela. Siguiente parada: “¡Espérame en Siberia, vida mía!”.

Mario Esfarcies, “un hombre rico, joven, guapo, huérfano, soltero, alegre, inteligente, apasionado y moreno” es diagnosticado con una enfermedad mortal. Decide suicidarse y hacer testamento en favor de su mejor amigo. Como no tiene valor para quitarse la vida se pone en contacto con la Unión General de Asesinos sin Trabajo solicitando los servicios del Poresosmundos, uno de los asesinos del peculiar sindicato (descacharrantes, por cierto, sus tarifas vigentes). Para más inri, el amigo, futuro heredero, aumenta la prima del asesino para que acelere el “trámite”. Sin embargo, a última hora, Mario se arrepiente y decide que no quiere morir así que decide huir por toda Europa (aventuras en el Mediterráneo, en Córcega, en París, en el “Simplón-Express”, en el Piamonte, en Berlín…) con destino a Siberia, donde se ha citado con su amada Palmira Suaretti, “una mujer distinguida; es decir, una de esas mujeres que uno distingue de tarde en tarde”).

“¡Qué bonito correr el mundo perseguido a diario por un asesino implacable! ¡Y estar citado en Siberia con una vedette de la gran revista en cuyos brazos descansar! Sólo con situaciones así de interesantes se comprende la vida”.

“!Espérame en Siberia, vida mía!”; una historia de amor, de “asesinatos baratísimos”, de persecuciones trepidantes, viajes desesperados, de situaciones absurdas, de diálogos hilarantes, frases cortantes, ingeniosos juegos de palabras,un uso inteligente tanto del argot de los bajos fondos como del de las clases altas, un humor a veces loco, a veces finísimo, una disparatada historia de amor y muerte, con aparición continua de personajes estrambóticos, incluido un oso parlante y bien educado llamado Mussolini. Extraordinario.

En la obra de Jardiel, flordelisadas de humor, amor y aventuras, subyace siempre un trasfondo filosófico, una visión pesimista del mundo y de las relaciones amorosas, una inevitable desilusión ante una vida que termina, como en el caso que nos ocupa, con un final inesperadamente trágico y absurdo: “Los deseos, los sueños, las citas en Siberia, todo lo ideal, todo lo sonrosado, todo lo noble, lo hermoso, lo feliz, lo envidiable de la vida… Todo esto se esfumaba igual que las neblinas del alma”. La insoportable levedad de ser, o sea.

No me olvido, por supuesto de todos esos elementos tan vanguardistas que no son propios de las novelas convencionales, los juegos tipográficos, los juegos metaliterarios o las alusiones al lector, unidas también las diversas divagaciones sobre situaciones y personajes (a destacar las interesantísimas y brillantísimas reflexiones alrededor de las distintas formas de reaccionar ante el clímax sexual por parte de las mujeres, algo que no debió gustar mucho a la censura franquista y de ahí los problemas que sus novelas tuvieron con ella):

“De sobra comprendo que dar estos datos es de una pedantería inconmensurable, aun cuando saberlos está al alcance de todo el mundo, pero si no recurro con cierta frecuencia a la pedantería, ¿cómo podré aspirar nunca a que se me considere incluido en el grupo de los escritores importantes?

“Primero, vivir; después, filosofar”, máxima latina que he metido aquí con calzador para elevar el tono del libro. Una cita en latín, de vez en cuando, da un aire sensato y ayuda a hacer la digestión de las glucosas”.

Para finalizar dejo tres fragmentos escogidos al azar suficientes para hacernos eco de la genialidad de Jardiel Poncela:

“Un hombre que se enamora es siempre un imbécil elevado al cubo. Cuando se trata de un individuo genial, ese individuo escribe La Divina Comedia (caso Dante Alighieri) y le amarga la vida para siempre a la Humanidad. Y, por el contrario, cuando se trata de un hombre vulgar, ese hombre hace oposiciones a Hacienda, se casa en la Parroquia (caso Juan Sánchez) y se amarga la vida para siempre a sí mismo.”

“El señor Vicente era un individuo que se parecía a un hombre todo lo que un buque pirata puede parecerse a un bisoñé…tenía dos cosas profundas: la voz y el entusiasmo por Pi y Margall, a quien consideraba como el mejor boxeador del siglo XIX”

“El señor Cienfuegos había recorrido todo el planeta, como las hojas de afeitar Gillette, y contaba aventuras estupendas acaecidas en sus viajes; en cierta ocasión, tuvo que cruzar agarrado a un tonel el mar de Azof desde la desembocadura del Don hasta Crimea; años más tarde fue a la pata coja desde Vernerk Pan a la Ciudad del Cabo (725 km) y todavía alcanzó a un camión de seis ruedas que iba delante; otra vez se defendió él solo y sin más armas que un afila-lápices de veintiocho bandidos hidrófobos de los suburbios de Filipópolis, en la Rumelia oriental; y allá, en el norte, en el brumoso Helsingfors, le había sucedido lo que a ningún viajero antiguo ni moderno le sucediera jamás: y fue que a fin de semana el dueño del Hotel se olvidó de pasarle la cuenta.”

 

 

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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