“Las ánimas del purgatorio” continúa el ciclo de “las novelas de Valladolid” escritas por Francisco Umbral (muchas de ellas protagonizadas por Francesillo, una proyección literaria del propio autor) que reflejan con una prosa de altísimo contenido lírico la España de la guerra y la posguerra en la ciudad plateresca de provincias con sus prostitutas, sus muertes, sus militares y sus hambres.
El Francesillo de “Las ánimas del purgatorio” no quiere estudiar Derecho, tiene ya 20 años y tuberculosis. Enclaustrado en su habitación, recibe visitas de amigos, como Alejandrito el bizco; del doctor Arapiles, quien “nunca me decía si yo estaba mejor o peor, o quizá lo decía como para sí mismo”; de mujeres como Luisa Lammenier, quien se untaba polvos de talco en sus genitales para aliviar sus escoceduras, o de Doña Hungría, quien “había establecido una competitividad entre la tisis de su hijo y la mía, e iba allí a verme morir o, más probablemente, a no ver morir a su hijo. A ver morir a su hijo en mí”.
Memorias de un año de la vida de Umbral que fue, en realidad, un año de su muerte
En sus “borradores silvestres” Francesillo narra la aventura de aquel año, el amor por su madre, la enfermedad, la reclusión y la locura sexual que le llevó a violar muertas, ánimas del Purgatorio y Colombines de serrín.
Muchos personajes deambulan alrededor de Francesillo, los hay vivos y muertos, reales y ficticios. Destacan, sobre manera, las mujeres, las vivas y las muertas, metáforas de la madre ausente (enferma en un sanatorio).
Y es que la madre es todo cuando falta la madre.
A destacar la preciosa carta que Francesillo escribe a su madre, el reconocimiento explícito del amor por ella y también por su tía Algadefina, convertida en imagen/sustituta.
También encontramos sus lecturas, los autores a los que detesta y a los que ama (ahora leo mucho a Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén y todos los poetas del 27, y el Campo Grande me parece que es un sitio muy adecuado para las lecturas y para comprender a esos poetas).
El joven Umbral fascinado por aquel Nueva York de las orillas del Hudson que describía Maxwell Grant en “La sombra”. También por la Viena barroca de luces y sombras que aparecía en “El tercer hombre” con el fondo sonoro de la citara de Anton Karas (No me olvido que entre las lecturas de la tía Algadefina está nada más y nada menos que Hoyos y Vinent).
En fin, este relato profundamente introspectivo y nostálgico en el que una tuberculosis sufrida a los veinte años se convierte en el epicentro de una exploración personal y literaria acaba convirtiéndose en una novela minuciosa, musical, una obra memorable para saborear palabra a palabra.
Pues eso, que lo de Umbral es un escándalo.