Publicado en El Norte de Castilla el 7 de junio de 2025
Woody Guthrie escribió en su guitarra: “This Machine Kills Fascists” (“Esta máquina mata fascistas”) porque sabía bien que una de las principales funciones del artista (y también de todo aquel que por su relevancia puede hacerse oír) es sacudir conciencias, denunciar injusticias, alzar la voz contra el autoritarismo. Bruce Springsteen también lo sabe y avisa que la E Street Band está aquí para invocar el poder del arte, la música y el rock en tiempos peligrosos. Por eso ha bautizado su nueva gira como “La tierra de la esperanza y los sueños”, toda una elegía a los valores de la democracia americana. “Mi hogar, el Estados Unidos que amo, el Estados Unidos sobre el que he escrito y que ha sido un faro de esperanza y libertad durante 250 años, está actualmente en manos de una administración corrupta, incompetente y traidora”. Acto seguido canta “Death to my hometown” donde envía a los tiranos sin escrúpulos directos al infierno. El Boss denuncia que hay una mierda muy rara y peligrosa en EEUU, donde se está persiguiendo a gente por usar su derecho a la libertad de expresión, donde los más ricos obtienen satisfacción en abandonar a los niños más pobres del mundo a la enfermedad y muerte, donde se está retrocediendo en derechos civiles. El blanco de las críticas es el señor naranja que, fiel a su estilo, ha entrado al trapo como una verdulera. Trump ha llamado a Bruce “imbécil prepotente”, “sobrevalorado” y “más tonto que una piedra”. Dice que nunca le ha gustado su música, que no tiene talento y que está reseco como una pasa, además de amenazarle directamente: “Debería mantener la boca cerrada hasta que regrese a este país y entonces veremos qué tal le va”. Lo siguiente ha sido exigir una investigación a fondo de todos los artistas que apoyaron a Kamala Harris. El vendedor borracho con tupé naranja ya ha lanzado a la jauría rabiosa contra los críticos. Le espera allí mucha tarea. En los EEUU no se callan. Nuestro enemigo es el silencio, dice Susan Sarandon, el silencio de los que miran a otro lado cuando ven un genocidio por TV o cuando ven llegar los fantasmas del pasado. Moby, Clooney o De Niro, entre otros muchos, no paran de alzar la voz. Aquí no ocurre eso. Los que tendrían que dar más ejemplo, sobre todo por ser ídolos de la juventud, se callan. Todos sabemos lo solidarios que fueron los futbolistas con sus compañeras de profesión. Con hacerse tatuajes e ir a la peluquería lo tienen todo hecho. Lo de mojarse y solidarizarse lo dejan para otro momento. Al menos en Francia, Mbappé dio una lección y alzó la voz en las últimas elecciones francesas. Capítulo aparte para la diva poderosa que está en todas las salsas. Dice Melody que ella es artista y que no la dejan opinar de cuestiones políticas. En realidad, usa una norma que regula las canciones de Eurovisión y no las declaraciones personales de los participantes para no mojarse. No se da cuenta de que al no posicionarse se posiciona claramente y que quien no se moja ni crece ni brilla. El ganador de Eurovisión ha manifestado que se debería expulsar a Israel, pero la folclórica de Hacendado evita opinar. A saber quién la estará asesorando con todo lo que está soltando por su boquita, pero flaco favor le está haciendo. Posiblemente sea un chimpancé, tal vez como venganza por aquella aberración de los gorilas que cantaba la Melody niña. Veo una entretenida miniserie que cuenta los avatares del festival de Eurovisión del “La, la, la” con Serrat y Massiel. Ella sí que era una diva poderosa. Ella sí que se mojó en tiempos mucho más convulsos rechazando, incluso, la Cruz de Isabel la Católica concedida por Franco: “yo no voy al Pardo a que me ponga una medalla el caudillo, esa foto iba a quedar para toda la vida”. Como consecuencia, estuvo vetada durante un año en TVE (Serrat también estuvo varios años censurado e incluso tuvo que exiliarse). Ellos sí que eran artistas. Comparar a Springsteen con Trump es como comparar a Dios con un skinhead. Algo parecido a comparar a Massiel (y ya no digamos Serrat) con Melody.