Antonio de Hoyos es una debilidad. Desde hace tiempo. Un autor a rescatar.
Un esteta refinado, exquisito, deslumbrante, decadente y morboso.
Un novelista con gran éxito en su momento (primeras décadas del siglo XX) que fue arrinconado/despreciado tras la Guerra Civil.
“Las hetairas sabias” es una de las muchas novelas cortas que escribió.
En ella, como en algunas otras de sus obras, Hoyos escribe sobre una de sus obsesiones más recurrentes: el paso del tiempo y las bellezas crepusculares.
Una de esas bellezas crepusculares es Clara Navacerrada, el oro pálido que se volvió cera amarilla.
Una mujer de mundo, una persona bien que, en su día, hizo muchas locuras.
Protagonizó, por ejemplo, una historia turbulenta y arbitraria que llenó de escándalo a sus gentes veinte años antes.
Un divorcio sonado y un idilio paseado por los lagos de Escocia y los canales de Venecia.
Ahora, en el ocaso de su belleza, de su fortuna y de su prestigio social, se ha enamorado de un desvergonzado muchachito, Fausto Schneider, al que apodan Kind, el bambino alemán.
“Era el despertar del chiquillo uno de esos bárbaros despertar de la gente muy joven o muy primitiva que viven vida infinitamente cercana de la Naturaleza, que no tienen que pensar, ni en la bella postura, ni en el bello gesto, ni que preocuparse de maquillajes sabios, ni de efectos de luz, que gustan inconscientemente porque la Naturaleza lo quiere así; amaneceres separados por el mayor abismo que existe, el abismo de los años, de las mañanas de los viejos tenorios y de las hetairas provectas. Era un despertar grosero y lleno, sin embargo, de un encanto bruto, el despertar de una bestezuela perezosa que se durmió ahíta de carne y de placer, un despertar de bostezos interminables, de desperezos voluptuosos, de gestos quebrados que conservaban, pese a su brusquedad incoherente, la euritmia de las cosas primitivas”.
A través de cuatro pequeños capítulos con títulos que remiten a la mitología, Hoyos nos regala una ambigua, frívola y cruel llena de fiestas, artes excéntricas y cotilleo galante.
Lo hace con un estilo refinado y esteticista mezclado con momentos de dicción coloquial y popular.
A destacar la presencia del alter ego de Hoyos, Julito Calabrés, tan presente en muchas de sus novelas.
Estamos en el Madrid frívolo y exótico de 1916.
Kind, el jovencísimo exiliado alemán de gran belleza, pronto se da cuenta de la situación de Clara y la va a utilizar en provecho propio.
El adolescente gigoló y la dama crepuscular comenzarán un tórrido idilio hasta que Kind se cansa de ella y se busca otra amante (una amiga de Clara, Lola Churruca).
Clara, a la desesperada, intenta retenerle por todos los medios y se acerca a la cutre pensión donde Kind vive.
Allí se humillará ante él, pero solo encontrará vacío, soledad y llanto amargo.
“Lloró, lloró sin medida ni consuelo, lloró sobre las ruinas de aquel amor que eran, a la vez, las ruinas de su juventud”.