Brindo por los héroes de Pekín. Y no hablo ni de Bolt ni de Phelps. Tampoco de Nadal o de Gasol. Brindo por todos aquellos que han dedicado cuatro años de su vida a preparar los Juegos. Brindo por los que, a pesar de ello, han tenido un mal día y todo su trabajo y sus ilusiones se han ido al garete. Brindo por los que, sin tener en cuenta el brutal esfuerzo de estos años, van a perder su beca. Brindo por los que se han quedado a un paso de la gloria. Brindo por los que, durante unos días, han sido portada de periódicos y que, en los próximos cuatro años, van a regresar al pozo de la invisibilidad. Brindo por las medallas de chocolate y por los 36 diplomas olímpicos. Brindo por Mireia Belmonte, por Nina Zhivanevskaya, por Isabel Fernández. Brindo por Paquillo, por Mario Pestano, por Juan Carlos Higuero. Brindo por García Bragado, por Gómez Noya, por María Vasco. Brindo por Marta Domínguez, a quien una valla se interpuso en su camino a la gloria. Brindo por Mayte Martínez, que ni siquiera pudo ir a Pekín. Brindo por Almudena Cid, la única gimnasta que ha estado en cuatro Olimpiadas y el ejemplo perfecto de lo duro y desagradecido que puede llegar a ser el deporte. El Deporte (así, en mayúsculas) nada tiene que ver con esas Federaciones intervencionistas, con esos presidentes que quieren ser más protagonistas que los propios deportistas, con esos directivos-videntes empeñados en hacer quinielas o con esos periodistas aquejados de una enfermedad llamada medallitis. El deporte es la mueca de dolor de Marta Domínguez. Es el chorro de sudor y de rabia de Paquillo. Es el gesto de impotencia y desolación de Mario Pestano. El deporte es, en fin, la sonrisa de Almudena Cid y su beso de despedida al tapiz de Pekín.