Publicado en El Norte de Castilla el 29 de agosto de 2008
Justo dos meses después de la histórica final de la Eurocopa, vuelve el fútbol con mayúsculas. Adiós a las pachanguitas de verano, a los partidos de solteros contra casados, a los torneos de gaseosa. Finales de agosto, conclusión de las vacaciones y vuelta al cole. A partir del sábado, además, regresa el grito de los hinchas y los campos de fútbol se convertirán en segundas casas, en templos heréticos donde olvidar penas y engancharte a una ilusión. A Françoise Sagan el fútbol le recordaba viejos e intensos amores porque “en ningún otro lugar como en el estadio se puede querer u odiar tanto a alguien”. Albert Camus iba más allá. Estaba obsesionado con el fútbol. Incluso llegó a jugar de manera semi-profesional en Argelia. El autor de “El extranjero”, una de mis particulares biblias, reconocía que casi todo lo que había aprendido acerca de la moral y las obligaciones de los hombres se lo debía al fútbol. “La pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida”. Para él no había un lugar de mayor felicidad humana que en estadio lleno de fútbol y toda su filosofía se resumía en lo siguiente: “quería a mi equipo por la alegría de la victoria y por el estúpido deseo de llorar ante cada derrota”. Melancolía típica en la filosofía de Camus. La poética del perdedor. La verdad revelada únicamente en el relámpago de la derrota. Pero también el fútbol visto como el deporte más popular del mundo. Una religión. Una droga. Un fenómeno sociológico que yo ya he desistido de intentar comprender. Regresan las emociones del fin de semana y las tertulias de café de los lunes. La conversación infinita de la ciudad. De hecho, a muchos no les interesa el fútbol, les interesa la charla sobre el fútbol. Los aficionados que hablan de fútbol son los poetas de los lunes. Los mismos poetas que hablan de pasión de multitudes, del grito de un gol entendido como un orgasmo colectivo, del fútbol emparentado con el teatro clásico. Los hinchas, con sus pinturas y trajes de guerra, transformados dentro de la representación teatral en una especie de coro griego jugando al póquer de la metáfora entre deporte y guerra. En boca de Pier Paolo Pasolini: “el goleador es siempre el mejor poeta del año”.
Para la liga que comienza, los favoritos no cambian. Son los de siempre aunque a uno le gustaría apostar ingenuamente por la poesía del fútbol frente al negocio del fútbol. Dicen las casas de apuestas que el Real Madrid y el Barcelona tienen todas las papeletas para llevarse el premio gordo. La liga de los merengues se paga a 1,90 euros por euro apostado. La del Barça, a 2,30 euros. ¿Y la del Valladolid? No confían mucho en nosotros. Somos los antepenúltimos y se paga a 751 euros. Puede ser el momento de dar el pelotazo. A mí es que ya sólo me interesa el Pucela. Como dice un buen amigo, en este mundo sólo existen dos tipos de personas: las del Pucela y las que no saben de fútbol. Pues eso. Que regresa la liga. No es tan excitante como la liga negra que llevaba puesta Stefania Sandrelli en “La llave secreta” pero tiene su morbo. Y nosotros ya estamos preparados para meterle mano.