En la nueva novela de Alberto López Aroca tenemos terror y aventura, un fantástico pulso Chulthu/Baker Street, Lovecraft+Doyle.
Más Lovecraft que Doyle.
A mi pesar.
Y, aun así, o quizá por ello mismo, ¡chapeau!
Hay un poco de todo, y todo inquietante y perturbador, además de hipnótico y fascinante.
Montañas perdidas, pactos abominables con seres de otro mundo y peligros invisibles.
Y, por supuesto, nuestro querido Sigerson adentrándose junto al jemadar Ram Thapa, del 5º Regimiento de Fusileros Grukha, en un infierno desconocido en el techo del mundo.
Y un kukri aullando desconsolado en su funda.
Y unos cerebros contenidos por tiempo indefinido en los cilindros de Yuggoth.
Y unas desconcertantes y sublimes apariciones de James Stewart a veces con el rostro de Glenn Milller, o viceversa, mientras suena In the mood y revolotean alrededor polillas que salen por la ventana a las calles de Calcuta, de la India, del planeta Tierra, del universo.
Y una interesantísima teoría sobre las misteriosas construcciones arquitectónicas de Piranesi.
Y referencias locas a Escher o a Mengele.
Y también a un panfleto enviado por un profesor de la Universidad de Miskatonic, en Arkham.
Y a un viejo tratado de 1853 de Lidenbrock con fantásticas afirmaciones sobre viajes al subsuelo terrestre.
Y a otro tratado sobre cálculos astronómicos y avanzadísimas matemáticas de un tal Moriarty.
Lo que primero es un misterio inverosímil en los confines del Himalaya, se transforma luego en una aventura absorbente y, por fin, en un relato de puro horror cósmico.
Por cierto, si López Aroca como escritor es envidiable, como editor roza la excelencia.
Muy pocas veces nos encontraremos con libros tan primorosamente editados.
Ya podían aprender otros.