– Supongo que hay un plan para todos nosotros. He tenido que morir dos veces para darme cuenta de ello. – A eso se le llama dolor. Acostúmbrate – Tanto los esbirros del demonio como los de naturaleza angelical viven entre nosotros. Llaman a eso el equilibrio, en cambio yo lo llamo hipocresía eterna – Estuve muerto dos minutos. Crucé el umbral. El tiempo se detiene. Dos minutos en el infierno es toda una vida. —Yo no creo en el diablo. —Pues debería, porque él cree en usted.
– El cielo y el infierno están aquí, detrás de cada pared, de cada ventana. Es un mundo tras el mundo, y nosotros estamos en medio.
Alguien que se está muriendo, que lleva en su maldición todo un ardiente parque temático para nosotros, que busca la redención exorcizando demonios. Uno de esos tipos que no regalan flores, que fuman treinta cigarrillos al día, que se ríen de Dios y de Satán. Un detective irreverente e investigador de lo oculto que se sienta en una silla de Sing-Sing y visita el infierno como quien va al Carrefour. Alguien que piensa que Dios toma decisiones implacables porque siempre ha tenido un pésimo sentido del humor. Es John Constantine, personaje creado por el gran Alan Moore. Un Alan Moore que, poco a poco, se está convirtiendo en uno de mis escritores de cabecera.